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Ana Vidal

Ana Vidal. Cartagena (Murcia), 1984. Llega a Madrid en el 2002. Ha vivido en Buenos Aires,  Edimburgo y Helsinki. Licenciada en periodismo, actualmente escribe la tesis doctoral sobre teatro contemporáneo. Finalista del premio literario de jóvenes talentos 2006 convocado por la Editorial Planeta, finalista de El Fungible en el 2005; ha publicado relatos cortos en Booket y en Suma de letras. Ha colaborado con revistas literarias: El invisible anillo, Nayagua, El laberinto de Ariadna, Enfocarte… Ahora trabaja con Pablo Fidalgo en un proyecto de creación que parte en los años ochenta.

"En lo que escribo hay una presencia constante del agua como elemento diluyente, sanador. Hay disidencia, hay renuncia. Mi poesía es ante todo confesional. Hay autores, como San Agustín o María Zambrano, que hablan de la confesión como un  género literario, un género, dicen, de crisis. Según Maria Zambrano la confesión sólo se manifiesta en épocas que vienen marcadas por la separación entre el pensamiento y la vida. En ese estar en el que se digiere lo acontecido, que en ocasiones se atraganta y dura años (un tiempo a veces excesivo por estar demasiado cerca), se asientan los poemas. Anuncio aquello que está a punto de desaparecer, y aparece. Lo escribo en el momento en el que se mira por vez última."


Anna

Dices que mi nombre debiera escribirse con dos enes
como las protagonistas de las películas de Bergman,
de Theo Angelopoulos.
Dices que desde que me encontraste me llamas así,
que me nombras muy despacio, deteniéndote en el centro
justo, de la palabra.
Que nadie puede notar la diferencia,
y que es así como viven los secretos.

 


Aquel septiembre tú habías empezado
a decírmelo todo,
como si después de tantos años
no supieras que daba igual
saber el nombre de las cosas.
Dijiste algo de los hombres
y yo supe que habías dejado de quererme.


El nadador es adicto al mar
y lucha contra el agua a brazadas,
se sumerge y sale a la superficie a respirar
y a comprobar que todo, afuera,
sigue esperándolo.
El agua entra y sale por los orificios
de su cuerpo viejo.
A veces traga el cloro infesto
y borra el instante para no pensar
en lo artificial de su agua.
El nadador llora cuando nada
porque nadie puede verlo,
ni siquiera él se culpa de estar tan mojado,
y siempre lamenta la hora de salir
de la piscina, secarse,
                        y regresar a casa.













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