Eduardo García nace en São Paulo en 1965, hijo de españoles. Vive pues su primera infancia a caballo entre dos lenguas. Permanece en Brasil hasta los siete años, edad en la que su familia decide regresar a España. Se traslada entonces a Madrid, ciudad donde transcurre su adolescencia y primera juventud. Cursa allí la Licenciatura en Filosofía, especializándose en Estética. Profesor de Filosofía, obtiene en 1991 una plaza en Córdoba, donde reside en la actualidad.
Practica una “poética del límite” en la que confluyen realidad y ensoñación, pensamiento consciente e inconsciente, en una exploración de la interioridad mediante el cultivo de los símbolos. Como poeta ha publicado los libros: Las cartas marcadas (1995), No se trata de un juego (1998; 2ª ed. 2004), Horizonte o frontera (Hiperión, 2003) y Refutación de la elegía (Generación del 27, 2006). Ha recibido, entre otros, los premios Juan Ramón Jiménez, Ojo Crítico y Antonio Machado en Baeza. Su obra ha sido recogida en numerosas antologías de poesía última española.
En paralelo a su obra de creación ha cultivado la reflexión sobre el fenómeno poético en los ensayos Escribir un poema (Fuentetaja, 2000; 2ª ed. 2003) y Una poética del límite (Pre-Textos, 2005), donde propone una epistemología de la escritura desde una visión integradora.
El poema que aquí aparece es inédito y pertenece a un libro futuro.
Y ahora que desperté sin calendario
a las puertas de un cielo terrenal
qué vas a hacer conmigo si no atiendo a razones,
si me entregué sin más a la algarada
de esta felicidad sin qué ni fundamento,
si el saludo se me vuelve pájaro en la mano
y los ciento volando
hacen cola para posarse en mi ventana,
si me declaro en fuga
tras la eléctrica chispa que aguarda en el instante,
si hablo como quien canta
en las crines del pulso secreto de las olas,
amenazo arrastrarte en un alud de espuma
y mis dedos te cercan, antorchas navegantes,
y se te caen las hojas amarillas,
y al contacto tu piel prende en mi abrazo,
qué vas a hacer conmigo sino entregarte entera,
desarraigarte toda
hasta que a las raíces les brote el don del vuelo,
levar anclas, surcar la ingravidez
preñada de centellas, con las manos
tendidas al encuentro, ven conmigo,
con rumor de campanas sobrevolemos los jardines,
ha llegado la hora, vamos, ven
a conocer la risa de los ángeles.