Mundo literario
Creo que, en efecto, hubo esa aproximación al lector en bastantes poetas -desde luego, los para mí más valiosos- durante las décadas de 1980 y 1990; poetas jóvenes, como Carlos Marzal, Pedro Sevilla, José Mateos, Abel Feu o Javier Almuzara, y otros que no lo eran tanto, como Luis Alberto de Cuenca, Víctor Botas, Javier Salvago, Eloy Sánchez Rosillo, Fernando Ortiz o Jon Juaristi. Pero habría que matizar que no se trataba de reconquistar a cualquier lector, ni cualquier precio, sino al lector inteligente; y si además de inteligente era culto, miel sobre hojuelas. Al comenzar el nuevo siglo los de más edad hemos seguido en nuestros trece, pero en los más jóvenes, y también en los nuevos que por entonces iban apareciendo, empezó a detectarse un cansancio, por otra parte muy natural, de la mal llamada “poesía de la experiencia”, que ha llevado a algunos, quizá los más dotados -pienso, por ejemplo, en Carlos Marzal, Vicente Gallego o Lorenzo Oliván- a intentar una nueva modalidad de “poesía metafísica”, y a otros a una recuperación, muy libre, pero me parece que no tan responsable, de los irracionalismos vanguardistas. Esta línea es la que a mi modo de ver predomina en las últimas antologías nacionales de poesía joven, que me han dado una impresión global bastante descorazonadora.
Durante algunos años, es verdad, en ciertos ambientes fui bastante ninguneado. Pasiones ideológicas... Pero con su “bloqueo” los modernos inquisidores, muy a su pesar, me estaban haciendo un gran favor: evitarme ocasiones de publicar ocurrencias, borradores y tonterías de compromiso; así que les estoy muy agradecido. Por lo demás, desde 1987 el ninguneo, aun sin desaparecer por completo, disminuyó muy notablemente. Desde entonces me lee mucha gente, he figurado en muchas antologías y muchos balances, y, sinceramente, a menudo pienso que he llegado a tener un prestigio excesivo.
Yo eso de la “ficcionalización del yo” no me lo creo mucho. En la nota preliminar de mi último libro hablo precisamente de esto: incluso para fingir hay que echar mano de lo vivido. ¿Cómo va uno a disfrazarse de algo que no sabe cómo es? Si el poeta quiere construirse una máscara, no tendrá más remedio que construírsela con trozos arrancados del propio rostro. Otra cosa es que se elabore, se manipule y, cuando es necesario, se falsee la experiencia con el objeto de conseguir un buen poema. Y otra, que uno tenga, como el último notario o la última maruja, una especie de doble personalidad, o triple, y esas personalidades se enfrenten en algunos poemas.
Mundo del poeta
Quizá los grandes temas poéticos se reduzcan a tres: las relaciones con el Creador, con uno mismo y con el resto de la Creación. Dentro de este resto se encuentran la naturaleza, la existencia con sus límites de tiempo y espacio, los demás hombres (en cuanto sociedad o considerados individualmente) y la mujer amada. Yo he tratado de todos ellos. Lo que puede haber cambiado más es el modo de enfocarlos. Por ejemplo, mis primeros poemas amorosos se dirigían a una criatura sustancialmente quimérica (ahora me viene a la memoria que uno de ellos se titulaba “Poema dentro de un sobre en blanco”); los siguientes, a una mujer concreta, situada además en unas circunstancias muy concretas: vida conyugal, casa, hijos, afanes cotidianos, etc.; en los últimos las circunstancias son también concretas, pero la amada es una especie de desideratum.
Me parece que esos tres autores, más que “referentes” míos, lo son de los poetas de “Númenor”, a los que se suele considerar, un tanto a lo bestia, discípulos míos por el solo hecho de ser católicos y manifestarse como tales en sus versos. Yo de Tolkien no he leído prácticamente nada; me aburre la llamada “Literatura fantástica”. De Lewis, poco. Sólo a Chesterton lo conozco -a él sí que bastante bien-; pero no creo haber recibido una influencia suya considerable. Más debo a Keats, Whitman, Hardy o Frost, pienso.
Vayamos por partes. He vivido siempre, y no contra mi voluntad, en provincias. Me encanta la vida provinciana (que no la pueblerina). Y tampoco me atrae mucho la “vida literaria”, que suele obligar a uno a quitarle tiempo a la Literatura. De modo que, con gran satisfacción por mi parte, he salido poco en los medios de comunicación. Pero tampoco puede decirse que sea una especie de enmascarado misterioso: cuando me requieren con cierta insistencia para alguna entrevista o algún acto público, siempre acabo cediendo; primero por no molestar, y segundo porque la modestia verdadera comprende el no hacerse el interesante.
En cuanto a la difusión de mis libros, es verdad que ninguno se ha editado en una colección de grandes tiradas; pero es que los lectores que me interesan no son muchos más de unos quinientos. A la gente que compra libros en El Corte Inglés mi poesía tiene poco que decirle, y me niego a entrar en los engranajes de la industria editorial capitalista, que hace mucho daño. Y así y todo, de un tiempo a esta parte mis libros se van vendiendo bastante bien (muy bien para lo que es la venta de libros de poesía en España): de Curso Superior de Ignorancia, Punto y aparte y Hacia otra luz más pura han tenido segunda edición. De 2001 ya no quedan ejemplares. No puedo quejarme.