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Nicanor Vélez

Escritura y edición



Este mes ofrecemos a nuestro lectores una conversación con Nicanor Vélez (Medellín, Colombia, 1959), autor de dos libros de poemas: La memoria del tacto (2002, publicado por primera vez en Ediciones del Oeste, Badajoz, y reeditado en Ediciones Sin Nombre, México) y La luz que parpadea (2004, en Ediciones Sin Nombre). Tiene en prensa un tercero de próxima aparición en la editorial Pre-Textos: La vida que respira. Dotada de una sencilla pero intensa sensualidad, la poesía de Nicanor Vélez indaga en la dimensión trascendente del amor erótico y en el significado más profundo del cuerpo amado, sin perder por ello su inmediata y natural corporeidad. El amor se presenta
junto a la experiencia poética, el instante, el transcurrir, la muerte, etcétera como un camino para exorcizar el tiempo y ver así la esencia de uno mismo más allá de las continuas mutaciones del existir diario. También es muy conocida y brillante su labor editorial como fundador y responsable de la colección de poesía Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, que ha dado a la luz numerosas obras de valor inestimable. De ambas cosas habla para los lectores de PoesíaDigital.





En tu primer libro, La memoria del tacto, me sorprende la unidad total del poemario y su deliciosa concisión expresiva. ¿Es tu primera poesía o hay antes una prehistoria más o menos larga? ¿Por qué inicias tu obra poética (o, al menos, la publicación de la misma) en una época relativamente tardía?

Toda obra, por prematura que sea, implica una prehistoria. Como decía Neruda a Rita Guibert, no existe la generación espontánea dentro de los escritores, es decir, aquellos que salen del vientre de su madre escribiendo cosas prodigiosas, "a excepción de Rimbaud, que es un volcán". Creo (y digo "creo" porque es una cuestión imposible de demostrar) que la mayoría de los poetas empiezan a escribir temprano, poco después de que descubren el placer de la escritura en la escuela. Evidentemente es muy difícil establecer ese momento en que traspasamos el umbral entre la escritura como deber u obligación escolar y la necesidad vital o el simple disfrute de un placer estético. No sería extraño que las primeras líneas escritas con intención literaria fuesen las que escribimos para complacer a nuestra primera novia o a alguien que queremos tener de nuestra parte. Si analizamos a fondo este hecho, veremos que tiene mucho que ver con aquello que decía García Márquez: "Escribo para que los amigos me quieran"; que a su vez tiene que ver con una necesidad casi física por descubrir, decir y compartir. Cuando se plantea este tipo de cuestiones no se puede olvidar que la verdad de la literatura es, sobre todo, una verdad estética; que a su vez, por supuesto, puede implicar otras verdades.

Es evidente, por tanto, que antes de La memoria del tacto escribí muchos poemas o conatos de poemas que eliminé, afortunadamente para los posibles lectores; otros forman parte de dos libros primerizos inéditos, de un más que dudoso valor literario: La Rosa de los Metales y Dos variaciones de la imaginación y, finalmente, hay unos pocos que forman parte de un tercer libro —de poemas y prosas—, que no sé cuándo acabaré cerrando: Apuntes de un extranjero. De todas maneras, el hecho de que haya publicado tan tarde mi primer libro, responde a dos motivos fundamentales: en primer lugar, la forma como escribo y trabajo mis poemas. Nunca he tenido prisas por acabar un libro. Y siempre he tenido presente que un libro se cierra cuando realmente estemos convencidos de que ese grupo de poemas, que presentamos como libro, tiene una cierta autonomía, en el que cada uno de sus poemas funciona por sí mismo. En segundo lugar, pasé el sarampión de la publicación cuando estaba en una etapa de transición entre Medellín y París, sin ningún contacto con gente que tuviese los medios para publicarme; esto me salvó de posibles publicaciones a cualquier precio. También estas circunstancias impidieron que publicase poemas de los que después podría arrepentirme, no por lo que decían sino por su dudoso valor poético. Soy muy lento para montar mis libros, esto explica que cada libro cubra, más o menos, diez años; pues estoy convencido de que en poesía la originalidad radica en el lenguaje, y a ello sólo se llega con rigor y más rigor; sin olvidar que el rigor no está, en absoluto, reñido con el riesgo y la aventura. Como decía José Martí: "A la poesía, que es arte, no vale disculparla con que es patriótica o filosófica, sino que ha de resistir como el bronce y vibrar como la porcelana". Pero también hay que tener en cuenta que no nos podemos enamorar de la geometría y sus vectores sin un buen antídoto contra el sinsentido. A todo esto hay que sumarle el hecho de que mi trabajo editorial apenas me deja tiempo para pensar en mis libros; de ahí que tanto mi poesía como mis ensayos se hayan ido constituyendo en libros muy lentamente.

Nunca he tenido prisas por acabar un libro. Y siempre he tenido presente que un libro se cierra cuando realmente estemos convencidos de que ese grupo de poemas, que presentamos como libro, tiene una cierta autonomía, en el que cada uno de sus poemas funciona por sí mismo
En tu poesía, de dicción tan ceñida, después de la percepción sensorial y de un conciso componente reflexivo queda algo por decir. ¿Ese algo escondido es una brillante sugerencia expresiva o responde a una visión personal del mundo, cuyo secreto esencial está aún por conocer?

Creo que en poesía queda todo dicho; todo lo que, evidentemente, corresponde al decir poético. Porque eso que no se dice forma parte de lo dicho. Por eso la mayoría de las paráfrasis que se hacen de un verso, tienden a hacer decir al verso algo que no dice. El caso en donde se percibe con mayor claridad la esencia de la poesía, o al menos en donde mejor se entiende el valor de ese equilibrio básico entre los silencios y las palabras de todo poema, es en el haiku japonés; pues en éste se ve claramente que se dice tanto o más en lo que se calla que en lo que se escribe. Desde mi punto de vista la poesía es una tensión continua entre estos dos elementos: palabras y silencios; por eso, en mi ensayo sobre Gonzalo Rojas, digo que "en poesía una palabra puede llegar a resumir si no el Universo, sí, un universo. La poesía no economiza, porque economizar aquí sería reducir o mutilar; la poesía condensa y en su condensación se expande, y así abarca un universo que de otra forma no nos sería posible vislumbrar". Pero como contrapartida, es verdad también que siempre arrastramos la angustia de lo inexpresable y de ahí que sor Juana diga: "Callamos no porque no tengamos nada que decir, sino porque no sabemos cómo decir todo lo que quisiéramos decir". No muy lejos de esto gravita una de las ideas que desarrollo en mi ensayo, escrito hace algún tiempo, sobre poesía y pensamiento: uno de los atributos (y me cuido de no decir "funciones") del arte y la poesía es hacer visible lo invisible. Como muy bien decía Paul Klee: "el arte no reproduce lo visible; lo convierte visible"; esto es lo mismo que nos permite decir con Lezama Lima que "la luz es el primer animal visible de lo invisible". Para entender cabalmente esta idea se puede recurrir a la imagen del relámpago del fragmento 64 de Heráclito, que Gonzalo Rojas hace suya de manera ejemplar. El irrumpir del relámpago, en medio de la noche, en ese segundo de su aparición, hace visible todo aquello que la noche, en su penumbra, hunde en lo invisible.

Es verdad que mis dos primeros libros de poemas tienden, en un porcentaje muy alto, al poema breve; aunque en el tercero, que aparecerá en Pre-Textos (La vida que respira), hay poemas de una extensión mayor. Pero no se olvide que la extensión de un poema no se busca, se impone, es decir, la impone el poema en el proceso de escritura. No pocas veces me ha llamado la atención mi tendencia a la brevedad, cuando, por otra parte, soy muy consciente de mi atracción por los poemas extensos, desde la Divina Comedia, pasando por El preludio, Hojas de hierba, Poema sin héroe, Poema del fin, La tierra baldía, Anabase, hasta Altazor, Espacio, Muerte sin fin, Piedra de sol, Blanco, Descripción de la mentira, Hospital Británico, Anagnórisis, entre muchos otros. Proporcionalmente, en mis ensayos he escrito mucho más sobre el poema extenso que sobre el poema breve; sin embargo, casi todos mis poemas son breves o de extensión media.

Nunca cuando escribo pienso en un futuro libro. Los poemas se dan, y con los años integran una unidad mayor
Hay una continuidad entre tus dos primeros libros; sólo que el segundo amplía el marco de experiencias: del cuerpo amado al paisaje, el cielo, la casa, los árboles… ¿Tienes un proyecto poético que marque los distintos momentos en la evolución de tu escritura?

Me gusta que percibas esa continuidad, pues en definitiva se trata de las dos caras de una misma moneda. El epígrafe de La memoria del tacto precisamente dice: "Nuestra concepción del amor no es más que nuestra propia concepción del mundo (o viceversa)", que, desde mi punto de vista, se complementa perfectamente con el epígrafe de La luz que parpadea que dice: "He dicho asombro donde otros / solamente dicen costumbre" (Borges). Lo que hay en el fondo de esos dos libros es, por una parte, una concepción del mundo y, por otra, una conciencia del instante. En su origen eran un solo libro, pues los poemas responden a un ritmo de escritura y no a un proyecto de libro. Nunca cuando escribo pienso en un futuro libro. Los poemas se dan, y con los años integran una unidad mayor. Cuando agrupé los poemas pensando en una posible publicación en realidad mi idea era hacer un solo libro dividido en dos partes. Después fue Ángel Campos Pámpano, con quien tuve una entrañable amistad, el que me sugirió publicar cada una de éstas partes como libros independientes. Y fue él quien publicó por primera vez La memoria del tacto, en la editorial Los Libros del Oeste de Badajoz. No es gratuito que vuelva a encontrarme con una estructura similar en el tercer libro, en el que planean básicamente los mismos temas: el amor, la consciencia social y la consciencia del lenguaje, la muerte, el instante, el paso de la historia… Por otra parte, esa unidad de dos caras que percibo en mi poesía (La memoria del tacto/La luz que parpadea) es tan evidente que me gustaría algún día publicar los tres libros juntos, bajo un título general: Las grietas del silencio.

Como colombiano residente en Francia y luego en España has tenido muchas y muy beneficiosas influencias poéticas. ¿Cuáles han sido, a tu juicio, las más decisivas? En ese primer libro, por ejemplo, parece haber detrás una historia amorosa real y, a la vez, muchas influencias: desde los poetas sufíes hasta Vicente Aleixandre, Enrique Molina, Octavio Paz… ¿Eres consciente de tu cultura literaria a la hora de recrear poéticamente una experiencia amorosa?

En primer lugar, efectivamente detrás de esos poemas hay una historia real que además continúa como primera parte del tercer libro. Se trata de Encarna (Gruchenka), mi mujer. En cuanto a las influencias, afortunadamente todos estamos llenos de "muchas y muy beneficiosas influencias". La historia de la literatura universal es a su vez la historia de las influencias. Lo importante es saber digerir lo que recibimos de múltiples maneras; es decir, saber asimilar ese cruce constante de tradiciones que desembocan en el presente de toda creación. Sin embargo, hay que precisar que padecemos las influencias literarias (y de todo tipo) sin necesidad de movernos físicamente del lugar de origen. Los ejemplos son múltiples en aspectos y personas. Uno de los casos más notables, por ejemplo, es José Lezama Lima, que nunca salió de Cuba y sin embargo tuvo un baño de influencias realmente beneficioso en todos los sentidos. Lezama fue un viajero inmóvil excepcional: en el tiempo (visitó como pocos el siglo de oro español y en especial a Góngora) o en el espacio, pues visitó no pocos lugares en donde se movían las artes y la literatura (estuvo al tanto de todas las vanguardias europeas y americanas de su tiempo). Ahora bien, es verdad que el hecho de desprendernos de nuestro lugar de origen a los veintiún años, como es mi caso, para vivir cuatro años en París y luego veintiséis en Barcelona, nos abre considerablemente el prisma de nuestras percepciones. Pero más que una cuestión de influencias literarias, lo que está aquí en juego es la confrontación de nuestra concepción del mundo. La confrontación de nuestros "usos y costumbres" nos lleva a descubrir al otro; a ver que el mundo es múltiple, a romper esquemas, a dudar de todo centralismo, a apreciar la lengua y la cultura de los otros (el francés y el catalán en mi caso) y a valorar la diversidad como un valor irrenunciable.

En cuanto a lo que llamamos "influencias", pienso que uno está hecho de todo lo vivido y de todo lo leído; aunque valga la paradoja, pues lo leído forma parte también de todo lo vivido. Es decir, las influencias son muchas. No pocas veces nos equivocamos cuando hablamos de este aspecto. No obligatoriamente los poetas que más nos gustan o más hemos leído son los que más han influido en nuestra obra. Con frecuencia nuestro placer en la lectura responde sobre todo a nuestras afinidades, sin que por ello tengamos que recibir, como consecuencia, el impacto directo de las influencias. Hay rasgos esenciales en nuestra obra que pueden venir de un poeta que tenga pocos puntos en común con nosotros. Que tú encuentres, por ejemplo, afinidades en mi primer libro de poemas con los poetas sufís, Vicente Aleixandre o Enrique Molina; no implica que en ese libro realmente haya tenido influencias de estos poetas. Me agrada tener, por ejemplo, puntos en común con los poetas sufíes, pero dudo que en esa época hayan podido influir en mi poesía, pues apenas los conocía. Tampoco veo la influencia directa de poetas como Aleixandre o Molina en ese libro. Ahora bien, como dije antes, todos los poetas que hemos leído, de una u otra forma, condicionan la dirección de nuestra creación poética, pero antes de simplificaciones en este sentido, convendría mejor reconocer algunos impactos esenciales en nuestra trayectoria como lectores. El primer gran poeta en el que reconocí muchos de mis sentimientos a través de la poesía fue Pablo Neruda. En mi juventud —junto con poetas como Lorca, Miguel Hernández, Borges, Vallejo, Silva, Barba Jacob, León de Greiff, Rimbaud, Rubén Darío, el Conde Lautréamont, Quevedo—, Neruda fue un poeta que leí y releí muchas veces. Después vendrían las lecturas que, en cierta forma, afinan nuestros gustos literarios, y abren una perspectiva amplia de nuestro universo poético: san Juan de la Cruz, Góngora, Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Paz, Valente, Huidobro, Lezama Lima, Gonzalo Rojas, Aurelio Arturo, Quessep, Rimbaud, Baudelaire, Char, Ungaretti, Montale, Cavafis, Whitman, Eliot, Dickinson, Pessoa, Hölderlin, Novalis, Celan, Rilke, la poesía china y japonesa, etcétera. La lista sería interminable.

Con relación a las influencias hay un aspecto que pocas veces se plantea, y del que sería importante decir algo. Muchos poetas, más que una influencia directa, son una reafirmación de nuestra concepción poética y una manera de afinar nuestro oficio. Por ejemplo, Paz es un poeta que leí muy bien, sobre todo a partir de 1990, cuando empecé a preparar la edición de su obra completa. No creo que haya una influencia directa de Paz en mi poesía, pero sí, a partir de su obra poética y ensayística, tomé conciencia de muchos aspectos de la creación poética y aprendí muchísimo durante los diez años que trabajé con él en la edición de su obra completa. Otro ejemplo, con relación a la manera de asumir las influencias, es el caso de los poetas de los que he aprendido a afinar la forma de hacer versos: precisión poética, depuración, contención, decantación, en poetas como Ungaretti, Celan, Valente, los poetas chinos y japoneses… Otros han sido verdaderos maestros en la forma de la construcción del poema, por ejemplo, Guillén y Montale. Otro grupo de poetas, han sido maestros en la hechura total del poema: Vallejo, el Neruda de Residencia en la tierra, Lezama Lima, Ponge, Char, Eliot, Quessep, etcétera. En cierta forma se trata de recibir, compartir y afinar el oficio… 

Los poetas que has publicado en tu colección, dentro de su irreductible singularidad, guardan una cierta afinidad, al menos su entendimiento de la poesía como consagración del instante, como victoria frente al tiempo, y no como derrota. ¿Se trata de un criterio tuyo o de un proyecto poético que has intentado desarrollar en tu brillante trabajo como editor? ¿Cómo concebiste la colección de poesía, de la que ya han salido algo más de cincuenta títulos; al margen de poetas como Lorca, Neruda, Paz, Nerval, Montale o Rubén Darío, de los que has publicado su poesía completa?

Teniendo en cuenta que nuestros lectores pertenecían a un perfil muy amplio y, sobre todo, que estaríamos en el mercado de librerías, la apuesta era ganar por una gran calidad en todos los aspectos (poetas, antólogos y traductores, a lo que había que sumarle nuestro compromiso de realizar un trabajo editorial fino y minucioso, hasta donde nos fuese posible)
La colección de poesía de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores nació, con su formato actual, en 1997. Círculo de Lectores, por aquel entonces, a pesar de tener más de un millón de socios, sólo publicaba uno o dos libros de poesía al año y siempre dentro de un marco muy concreto (aniversarios, libros ilustrados, antologías populares, etcétera). A partir de 1990, sin un proyecto definido pero con buen tacto, se publicaron algunos poetas sueltos: Alberti, Miguel Hernández, Salinas, Gil de Biedma, etcétera. Dentro de esta serie de poetas, las primeras ediciones en las que intervine directamente fueron las de Jorge Guillén, Aleixandre, Walt Whitman y Szymborska. Ahora bien, después de convencer, sobre todo, a la parte comercial, que era la más reacia a que publicáramos poesía, en 1997, Jordi Nadal —que por esos años era el director literario— me propuso que montara una colección de poesía. Sin apenas pensármelo le dije en seguida: "Estupendo. Ya la tengo montada desde hace mucho tiempo". Le expliqué mi idea, y a partir de ese mismo año empezamos a desarrollar la colección, cuyo primer título fue una antología de Valente. Después entró como director literario en Círculo de Lectores Joan Tarrida, quien me permitió afianzar definitivamente la colección de poesía.
   
Teniendo en cuenta que nuestros lectores pertenecían a un perfil muy amplio y, sobre todo, que estaríamos en el mercado de librerías, la apuesta era ganar por una gran calidad en todos los aspectos (poetas, antólogos y traductores, a lo que había que sumarle nuestro compromiso de realizar un trabajo editorial fino y minucioso, hasta donde nos fuese posible). En primer lugar, nuestro propósito era publicar a los poetas que tuviesen que ver, de manera inmediata, con la poesía de nuestro tiempo. Y para acotar más el terreno, la primera pregunta era: ¿A alguien que le guste la poesía y quiera conocer su tradición más inmediata, qué poetas debería de leer? Sin contar a los poetas que ya habíamos publicado (Whitman, Salinas, Dámaso Alonso, Gimferrer) y a los que incluimos en nuestras ediciones de obras completas (Borges, Lorca, Neruda, Paz, Parra, Rubén Darío, Nerval, Montale, Valente, Gil de Biedma), la respuesta, para una primera fase, era relativamente sencilla: dentro de la lengua española los poetas que se imponían eran Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Aleixandre, Cernuda, Alberti, Gerardo Diego, Vallejo, Huidobro, D’Ory, Claudio Rodríguez, Blanca Varela, Brines, Caballero Bonald, Blas de Otero, Segovia, Crespo, Quessep, Ullán, etcétera; de lengua catalana: Brossa y Palau i Fabre; de lengua gallega: Rosalia de Castro, Manuel Antonio, Luís Pimentel y Luz Pozo; de lengua inglesa: Shakespeare, Milton, Whitman, Eliot, Auden; de lengua francesa: Rimbaud, Baudelaire, Char, Ponge; de lengua italiana: Leopardi, Ungaretti, Luzi; de lengua alemana: Rilke, Novalis, Trakl; de lengua griega: Cavafis, Elytis; de lengua portuguesa: Pessoa, Eugenio de Andrade, Sophia de Mello; y de lengua rusa: Brodsky, Ajmátova y Tsvetáieva. Es evidente que aún faltan muchos poetas importantes que tenemos previsto publicar, y algunos de ellos ya contratados: Holan, que saldrá este año; Seferis, Poe y Milosz, que publicaremos el próximo año; a los que seguirán muchos más si las circunstancias editoriales lo permiten y los trámites contractuales se pueden realizar sin tropiezos. No olvidamos en ningún momento que tenemos una deuda inmensa con los poetas latinoamericanos, asiáticos y africanos.

Gracias a tu trabajo hoy podemos leer en España a muchos poetas hispanoamericanos de primera fila, pero aún quedan muchos por conocer directamente, al menos fuera del ámbito de los filólogos especializados: pienso, por ejemplo, en Jaime Sabines, Rosario Castellanos, Javier Sologuren, Aurelio Arturo, entre otros. ¿Cómo te explicas el hecho de que en España siga existiendo un desconocimiento tan llamativo de la creación poética hispanoamericana?

Durante unos años todos tuvimos la sensación de que el mundo editorial español abría definitivamente las puertas a los escritores latinoamericanos. Dentro de la narrativa, el boom fue un primer momento relativamente claro. Después no deja de ser curioso que muchos narradores importantes latinoamericanos entraran en el mercado español sólo si habían tenido éxito en Francia, EE.UU. o Inglaterra. Era como si tuviesen que pagar una especie de peaje. En poesía todo ha sido un poco más difícil. Sin embargo, durante un tiempo llegamos a pensar que finalmente los grandes tenían cabida en el mercado editorial español. Pero después la realidad nos ha ido demostrando que ni esto era tan evidente. Precisamente ante la dificultad de publicar en nuestra colección poetas latinoamericanos de primera línea, tuvimos que pensar en libros parcialmente colectivos como Conversación con la intemperie, que agrupaba a seis poetas venezolanos de primerísima línea (Ramos Sucre, Gerbasi, Sánchez Peláez, Cadenas, Sucre y Montejo); o Pájaro relojero que reunía trece poetas centroamericanos, entre los que se encuentran Salomón de la Selva, Martínez Rivas, Mejías Sánchez, Cardenal, Dalton, entre otros. Pues bien, estos libros, que escapaban de la línea de las antologías al uso, dando como mínimo setenta páginas dedicadas a cada poeta, no funcionaron bien. Pienso que el lector común español no acaba de despertar su curiosidad por la poesía latinoamericana, que en muchos casos es superior a la española (no olvidemos que se trata de un continente). Al margen de los "grandes clásicos" (Neruda, Vallejo, Parra, Paz, Huidobro, Borges, Lezama, etcétera), pienso en poetas como Westphalen, Pasos, Cuadra, Gerbasi, Girri, Baquero, César Moro, Olga Orozco, Idea Vilariño, Eielson, Sologuren, Ida Vitale, Martínez Rivas, Juarroz, Aurelio Arturo, Quessep, Sucre, Cadenas, Salvador de la Selva, Cardoza y Aragón, Mejía Sánchez, Cardenal… En fin, la lista sería considerablemente extensa. Y eso sin tener en cuenta a los poetas más jóvenes. Evidentemente muchos de estos poetas se han publicado en España, pero ¿se les ha leído con profundidad o han tenido la repercusión que merecen en los medios de comunicación o entre los lectores asiduos de poesía? En este sentido, me da la impresión de que España vive una cierta endogamia poética, particularmente con respecto a la poesía escrita en español.

Siempre fuimos conscientes del papel fundamental que debía tener la traducción de los grandes poetas en nuestra colección de poesía. No olvidemos que el siglo XX pasará, entre otras cosas, por ser el siglo de las traducciones. En ningún otro siglo se ha traducido tanto y de manera tan notable. Esto ha sido un fenómeno mundial, y la lengua española no ha desmerecido en este sentido
Las traducciones de poetas extranjeros que tu colección ha publicado (Anna Ajmátova, Joseph Brodsky, Francis Ponge, Mario Luzi…) tienen un gran atractivo para el lector de habla hispana. ¿Tenéis algún criterio común en el trabajo traductor sobre los distintos poetas? Por otra parte, ¿por qué en España, durante los últimos años, se está traduciendo a tantos poetas extranjeros poco conocidos en nuestro ámbito? ¿Hemos abierto tal vez nuestros horizontes culturales, tan cerrados sobre nosotros mismos durante muchos siglos?

Cuando planteamos la línea general de la colección y pensamos en publicar a los poetas que tenían que ver directamente con las bases de la poesía de nuestro tiempo, evidentemente, pensábamos también, de manera especial, en los poetas de otros ámbitos lingüísticos. Y uno de los principios básicos que tuvimos claros desde un primer momento era que el nivel de las traducciones tenía que ser, hasta donde fuese posible, impecable. Por eso optamos por hacer en casi todos los casos traducciones nuevas, procurando que en ellas primara el equilibrio entre el rigor y el nivel literario. De ahí que en prácticamente todos los casos nos decantamos por traductores que a su vez fuesen poetas (o poetas no declarados) o narradores: Tomás Segovia, Jenaro Talens, Andrés Sánchez Robayna, Ángel Campos Pámpano, Antonio Colinas, Jorge Riechmann, Jordi Doce, Américo Ferrari, Miguel Casado, Andrés Ehrenhaus, Clara Janés, Olvido García Valdés, Mónika Zgustova, etcétera; parámetro que también nos hemos marcado para los antólogos y prologuistas, entre los que se encuentran, además de los anteriores, poetas como Pere Gimferrer, Alfonso Alegre, Jaime Siles, Carlos Piera, José María Micó, Jaume Pont, Joaquín Marco, Saúl Yurkievich, entre otros.

Siempre fuimos conscientes del papel fundamental que debía tener la traducción de los grandes poetas en nuestra colección de poesía. No olvidemos que el siglo XX pasará, entre otras cosas, por ser el siglo de las traducciones. En ningún otro siglo se ha traducido tanto y de manera tan notable. Esto ha sido un fenómeno mundial, y la lengua española no ha desmerecido en este sentido. Son muchas las traducciones nuevas de poetas de todas las épocas y lugares que se han hecho en las últimas décadas. No son pocas las editoriales españolas que han aportado su grano de arena en este sentido: Pre-Textos, Cátedra, Bartleby, Lumen, Árdora, Señor Hidalgo, Acantilado, DVD, entre otras. Por nuestra parte, creo que hemos recorrido un tramo importante en este sentido, pero aún nos falta mucho, y pienso concretamente en unos cuantos nombres europeos y estadounidenses y, sobre todo, como he dicho antes, en los poetas asiáticos y africanos.


Carlos Javier Morales










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