"No hay tiempo para crear un canon"
El último premio de poesía de la Generación del 27 ha sido concedido a Carlos Pardo por Echado a perder, su tercer libro de poesía. Este poeta que nació en 1975 y que había publicado otros dos poemarios -El invernadero (Hiperión, 1995), finalista del Premio Hiperión de Poesía y Desvelo sin paisaje (Pre-Textos, 2002), premio Emilio Prados- trabaja en la dirección editorial de Antonio Machado Libros y es uno de los organizadores de Cosmopoética, el multitudinario festival de poesía contemporánea que tendrá lugar en Córdoba del 18 al 22 de este mes de abril. Para hablar de este festival y de Echado a perder, Poesía Digital charla con Carlos Pardo en el café del Nuncio del barrio de La Latina, un muy tranquilo territorio del Madrid de los Austrias.
¿Cuál fue el origen de Echado a perder?
Creo que la visión del origen de un libro siempre es retrospectiva. No hay un origen. Es más, la misma idea del origen es dañina para un libro y en general para las propias ideas que uno se construye en la vida. En este libro los poemas surgieron, se echaron, emergieron no de un origen sino de diferentes momentos. Estos momentos se volcaban en diferentes formas o caminos, algunos de los cuales se consolidaron demasiado rápido y me cansaron y otros que hasta hace unos meses prácticamente no he visto claros.
Los primeros poemas los empecé a escribir un año después de publicar Desvelo sin paisaje, en el 2001. Estos seis años de diferencia se explican porque soy muy lento escribiendo y corrijo mucho los libros (de hecho puede pasar un año o dos desde que termino un libro hasta que finalmente lo publico). Quizá sea por la idea de que no hay un origen sino que el origen se está inventando siempre en el presente por lo que hasta el último momento suelo cambiar algo del poemario.
Habían pasado algunas cosas que me motivaban escribir un nuevo libro: por un lado, sentía la necesidad de desarrollar la parte irónica o paródica que había iniciado en Desvelo sin paisaje. En Desvelo sin paisaje había una sección completamente irónica, tanto que no se entendía y que podía leerse -y de hecho se leyó- como un poema serio. Cuando decía que para el dolor siempre es el primer día, uno de los versos del libro, yo no lo pensaba como un verso definitivo, sino con ese punto que tiene la ironía: atreverse a decir algo pero, al mismo tiempo, mostrar su lado ridículo. No te niegas a decirlo, porque participas de la vida, porque crees en las cosas de la vida, pero le aportas ese descreimiento de lo indemostrable.
Visto así, parece que la ironía que tú trabajas puede tener relación con la de las letras de los grupos del panorama pop independiente contemporáneo. Letras ñoñas con voces casi infantiles para hablar de los tópicos comunes.
Tiene cierta relación pero no es el mismo recurso. Hay matices. Es algo que me ha preocupado desde que empecé a leer: la ironía pone en duda los primeros clichés que, en cierto momento de tu vida, crees a pies juntillas. Lo irónico lo aplicas sobre aquello que veías en la adolescencia como verdadero y sentimental: el mundo tiene un orden, una armonía emocional y racional. La ironía es, por tanto, mantener esa identidad del moralista, que reconoce que las cosas pueden ser de otra manera -porque ha vivido el sueño de la fe, de la fe en una armonía- y a la vez adoptar una posición que critica el presente tal cual es, sin esos ideales. En el pop funciona más como un residuo y dicen: esto es lo que hemos vivido nosotros, pero lo intentamos sobrellevar con sentido del humor. Así es la ironía que el pop ha asumido como seña de identidad, como eslogan. Pero no tiene la fuerza destructora de identidades de la ironía que me interesa. Ellos, de alguna manera, la han hecho muy reconocible, la han domesticado.
Y además de la ironía, ¿qué otras motivaciones arrancaron la escritura de Echado a perder?
El otro gran suceso es que me enamoré, con lo que eso significa de destrucción de la identidad. Hablar del amor así es siempre hablar pedantemente y puede sonar muy tonto: El amor... Pero en fin, creo que depende de lo que se entienda por enamorarse. En mi caso me enamoré felizmente de una manera muy angustiosa, con una inseguridad bestial y dificultosa. Todo eso me estimulaba a intentar construir una identidad precaria con palabras, en los poemas, y, a la vez, a llevar a cabo el proceso de destrucción de esa cáscara que no me permitía participar de mi amor, que me volvía rígido como un mensaje unilateral, meramente informativo. Sólo podía decir cosas constatables como: tengo hambre, dame una pera. Creo que el problema de enamorarse es un problema de comunicación. Por eso funcionan tan bien los poemas de amor, porque son los poemas que arriesgan una comunicación más sugestiva y rica entre dos personas. Enamorarse pone al descubierto todas las deficiencias lingüísticas y, a la vez, toda la importancia que tiene el lenguaje para construirse en suspenso. Como yo soy una persona miedica, en este proceso entraba otra vez ese componente irónico, que se movía entre la necesidad juguetona por un lado -quería utilizar la soltura que había conseguido después de Desvelo sin paisaje- y por otro toda la timidez y la vergüenza que te da dialogar con alguien sin saber haber encontrado el nivel de comunicación. Enamorarse es como buscar el lector ideal. Es estar intuyendo desde qué lugar te escucha el amante y arriesgándote a emitir desde esa posición.
Estos son los dos puntos de emergencia, los dos motivos que tuve cuando comencé a escribirlo. En el fondo son lo mismo: estaba enamorado y estaba intentando escribir poemas celebratorios de la comunicación con una conciencia de su misma precariedad y sobre todo de las trampas de todos los clichés de la realidad.
Además había otras preocupaciones, aunque hablar de ellas de este modo no me gusta en absoluto. Creo que para eso están los propios poemas. Pero bueno, digamos que una de ellas era la precariedad laboral. Es decir: el paro, la ruina, la falta de concentración... Por teorizar en abstracto sobre cosas que me pueden afectar a la hora de escribir los poemas, hay algunos críticos que hablan de que determinados poetas -entre los que me incluyen- somos fragmentarios. Eso no me parece estúpido: me da igual. Depende de en qué sentido se diga. En un sentido está claro, y es el sentido del mundo en que vivimos: no tenemos raíces, no tenemos tiempo libre ni posibilidad de concentración y continuamente estamos cambiando de especialización en el día o con un montón de trabajos diferentes o de vínculos diversos. Creo que si tuviera un buen trabajo y un pupitre donde pudiera escribir durante una semana tranquilamente un poema, meditando en él y sin que me molestaran, a lo mejor mis poemas no serían fragmentarios. Ahora creo que sí lo son porque muchas veces memorizo versos que veo que tienen que ver con ese poema pero no de una manera evidente. Mis poemas se construyen sobre esa especie de elipsis. Es la manera que uno tiene de vivir en un mundo con tan poca raigambre, tan cambiante. Y tan estático al mismo tiempo, porque no es que nuestra vida cambie y hoy estemos en Madrid y mañana en China, sino que somos movidos continuamente de la cocina al salón, del salón al parquecito, del parquecito a la cocina... y del trabajo al videoclub. Pero en el paso que hay del trabajo al videoclub hay tal cesura mental, que no puedes reordenarte. La poesía misma no puede reordenarse, no puede identificarse. Volvemos a la ironía: la imposibilidad de la unidad. Es una pena pero la unidad se ha perdido, incluso para los creyentes (que sólo, como dice Kierkegaard, podrán reconstruirla por medio de un acto de fe en el que se asuma sobre todo lo carencial del punto de vista). Esta fragmentación del individuo y también de la sociedad es por tanto otro de los temas. Es un hecho que la cultura no nos llega unida, nos llega mucha información especializada y no tenemos tiempo para asumirla, para crear un canon. Estamos continuamente expuestos a una especie corpus deforme de estímulos culturales.
¿Son diferentes las lecturas que estuvieron en el proceso creativo de Desvelo sin paisaje de las que han rondado este Echado a perder?
En este libro me siento más suelto, pero creo que un libro no tiene que ver tanto con las lecturas. El Cancionero me gustaba antes, me gusta ahora y les gusta a poetas que no tienen nada que ver con cómo escribo yo. O Quevedo o Laforgue o algunos de los poetas en mi caso más evidentemente parecidos a eso que se ha dado en llamar influencias. No, las lecturas no han cambiado. Es posible que el cambio sí esté en que ahora leo más de filosofía, quizá. Recuerdo que una vez que había terminado Desvelo sin paisaje, volví a leer crítica literaria. Había pasado una época de rechazo total de este tipo de lecturas, influido por las Cartas a un joven poeta de Rilke y por mi paso por la facultad, donde me empaché. Luego leí con detenimiento a Deleuze y a Foucault y, volviendo a mi poemario, pensé: vaya, mi libro parece un prontuario de tópicos postmodernos. Estaban todos: la fuga, el parásito..., todos con poemas dedicados. Pero en fin, según te lo digo, me doy cuenta de que esos filósofos que he citado no son tampoco los que leo ahora y por tanto lo que podrían estar detrás de Echado a perder.
Cuando se publicó la noticia del premio, el jurado habló de la originalidad como uno de tus valores más importantes. ¿A qué crees que se referían?
Lo hablé con ellos en su momento y creo que se refieren a dos aspectos. Por un lado a la parte rítmica. La valoraban mucho. Juan José Lanz decía que algunos poemas son rítmicamente como poemas de Rilke -hablando de traducciones al castellano, claro- pero con la diferencia de que lo que digo es como una parodia. Dentro de lo rítmico hay además como una síncopa que a lo mejor no es muy común en la poesía actual. Y por otro lado, creo que se referían a la utilización del lenguaje, la mezcla de registros: desde lo cotidiano, vulgar, chabacano y tonto (a veces excesivamente chistoso, siempre según el jurado), al lenguaje un poco más preciso. La verdad es que no sé, supongo que lo que puede tener un poeta de original es la utilización del lenguaje: cómo ocultas, no sólo qué palabras eliges sino cómo las dispones, el ritmo... Supongo que por ahí irá mi originalidad, más o menos, o mejor dicho mi peculiaridad. La palabra origen y originalidad son términos deficitarios, deprimentes y falsos. Suponen una necesidad de tener un pasado mítico que en realidad no existe. Prefiero hablar de apósitos.
Parece que has rechazado siempre tu primer libro, El invernadero. Ahora que has publicado el tercero, ¿crees que rechazarás del mismo modo Desvelo sin paisaje?
El primero, El invernadero, en realidad no lo rechazo. Lo publiqué con dieciocho años. Era un libro de escuela. Y, además, ahora lo leo y reconozco cosas que me gustan y en Desvelo sin paisaje se han perdido. Este libro segundo se convirtió -cuando lo publiqué, ahora lo veo normal- en un libro muy deprimente y me decían que además era hermético. Al cabo del tiempo lo veo muy clarito y no tan triste, y veo también que las rupturas que podría tener (en las imágenes, sobre todo), ya no nos sorprenden: eran algo común a algunos poetas de mi quinta.
El rechazo lo siento más bien ahora sobre este último libro. Creo que el paso al terror y decepción hacia lo escrito que suele suceder al escritor ante su obra publicada, en mi caso se ha ido acortando con el tiempo. En el caso de El invernadero, fue al año de haberlo escrito cuando llegó la depresión, la gran crisis lingüística. Con Desvelo sin paisaje fue justo después de publicarlo. Y con este ha ocurrido ya, antes incluso de que salga editado. Pero me da igual. ¿Rechazar tu obra? ¿Por qué? Ella misma ya tiene ya tiene una existencia mínima, precaria, aparte de ti. Lo bonito es escribir. Da igual cualquier cosa que digas sobre el resultado. No importa que rechaces o valores tus libros. Simplemente están bien porque los puedes releer al cabo de los años con cierto cariño y también de los arrepentimientos se aprende. Nada más.
Una de las iniciativas singulares de las ediciones anteriores de Cosmopoética era la de transportar la poesía a los institutos, haciendo lecturas en las aulas, delante de los alumnos de los cursos superiores. ¿Se seguirá llevando a cabo este año?
Se va a seguir haciendo, por supuesto, y además es una actividad que funciona muy bien porque los adolescentes cordobeses están interesados por la poesía. Creo que si realmente quieres acercar la poesía a un mayor número de gente sin igualar la calidad de cada poeta, sin que toda la poesía sea la de Benedetti (reconociendo la excelsa calidad de Benedetti, pero también su capacidad para comunicar, que no siempre se da, ni tiene por qué darse en otros tan buenos como él), creo que lo mejor es ir a donde está el verdadero problema, que no es el hermetismo sino la educación. Como decía Connolly, podemos achacar la causa de los problemas de la estilística moderna al sistema educativo universitario. En nuestro caso, no siempre podemos culpar al autor de una deficiencia de la Logse, y por eso hay que llevar la poesía a los institutos, a los colegios, a los centros de adultos... y este año también a la cárcel. El problema está en qué se cree la gente que es la poesía, en el temor que tiene un individuo común –si eso existe- a una idea preconcebida de la poesía. Cuando descubren que, sin ser lo mismo, la poesía se parece a canciones que escuchan todos los días, y cuando descubren la peculiaridad que tiene un poema escrito, todo cambia radicalmente. Pueden ser conscientes de lo singular de un poema que les llega porque ha comunicado una experiencia muy parecida a la suya o porque ha construido un artefacto verbal que les deslumbra, aunque no cuente nada. Son actos que están obligados a funcionar bien. Es verdad que hay una riqueza lingüística o de ingenio verbal en colegios y cárceles que hay que ganar para la poesía.
¿Qué sentido tiene un festival como Cosmopoética? ¿Qué pretende?
No hay más sentido que la respuesta a la posibilidad que nos da el Ayuntamiento de Córdoba de invitar a los mejores poetas actuales, de diferentes países y edades, a que tomen la ciudad de Córdoba y se comuniquen. Y la finalidad es clara: intentar crear un canal más de comunicación de la poesía, un canal un poco más grande que convierta a Córdoba en un lugar por el que pase la poesía del resto del mundo una vez al año.
¿Se puede hablar de una imagen de marca que diferencie Cosmopoética de otros encuentros literarios?
La marca característica es que Córdoba permite organizar un festival de poesía a unos poetas jóvenes (Curro Bernier, Fruela Fernández y yo) a los que todavía nos les ha dado tiempo a resabiarse y utilizar Cosmopoética como instrumento de poder. No nos preocupa si no nos caen bien todos los invitados o si coinciden sus poéticas con las nuestras; simplemente intentamos contar con aquellos que consideramos los mejores poetas del momento. Lo raro es que una ciudad te lo facilite. Y la peculiaridad es que el encuentro tiene lugar una ciudad que, además de la histórica relación con la poesía y la cultura diversificada, está en un momento muy especial de creación poética. Porque en Cosmopoética no haces más que lo que está sucediendo ahora, una entrevista, pero con público. Y los actos se llenan. El contar con una ciudad que valora la poesía y que lo demuestra porque acude a las actividades y llena los aforos permite, entre otras cosas, disfrutar mucho más a la organización. La marca de diferencia está, resumiendo, en la gente que acude a los actos... En otros festivales no participa tanto la ciudad.
¿Qué se puede anunciar especialmente del programa de este año?
Bueno, vienen Zagajewski, Adonis, Ida Vitale, Claribel Alegría, Arundhathi Subramanian, Antonio Cisneros... Podría explicarte algo de cada uno de ellos pero creo que son de sobra conocidos y me parecen todos buenísimos. Me hace mucha ilusión, por ejemplo, que venga Antonio Cisneros. Es uno de los poetas que más me gustan y más tranquilidad me dan. Son aquellos que buscan renovar la poesía a través de la antipoesía, es decir, la buscan en los lugares menos transitados, donde aún hay posibilidad de soprenderse. Es un poeta muy afín, por tanto, a la idea que tenemos de Cosmopoética. También vienen, Shlomo Avayou, poeta israelí que escribe en hebreo. También vienen Carlos Edmundo de Ory, Clara Janés, Jaime Siles...
Además, Cosmopoética ha crecido también en la preparación y eso me parece muy importante. Todo el mes de abril va a estar dedicado a la poesía, lo que va a favorecer sin duda el encuentro. A la vez de Cosmopoética va a haber un trabajo de poesía y rock, con Silvia Grijalba, y otras manifestaciones artísticas, como la pintura de Eltono y Nuria, una pareja artística que me encanta y a la que podría denominarse grafiteros, aunque es mejor hablar de artistas callejeros. También estarán Nosoträsh, Corcobado, Joaquín Sabina, Nacho Vegas... En fin, el programa completo es muy amplio.
Javier García