A la memoria de Cintio Vitier, Leopoldo Alas, Ramiro Fonte, Angel González, Mario Benedetti, Sergio Algora, Jose Antonio Muñoz Rojas, Victoriano Cremer, José Miguel Ullán, Diego Jesús Jiménez, Ángel Campos Pámpano, Josep Palau i Fabre y Antonio Vega.
El día 17 de Agosto de 2004 murió en Montevideo Marosa DiGiorgio. omega replica watches Creo que la última vez que vino a Madrid fue a las lecturas que organizaban Miguel Casado y Olvido en el Círculo de Bellas Artes. La obra de Marosa es un Work in progress, un único poema en prosa corregido hasta el infinito. Me interesa un poeta cuando su obra define el exceso de su vida, la entrega, la ofrenda, el sacrificio. Todo contacto verdadero se produce a través de un exceso de vida. En Marosa este exceso duró desde el principio hasta el final. Nunca abandonó el paisaje de su infancia, y decidió inventárselo cada día de su vida.
Levantar tu propia vida como un monumento a tu infancia me parece una de las cosas más honestas que se pueden hacer en la vida, incluso aunque eso te lleve a la locura. Hizo eso porque no podía hacer otra cosa. Obedeció a sus fantasmas. Hubo una visión que no la abandonó nunca e hizo de la fidelidad a ese instante toda su vida. Quien ha visto la verdadera belleza está condenado a morir por ella. La poesía de Marosa guarda el duelo por una infancia perdida e irrecuperable. Escribir es una forma de guardar el luto. En esa infancia perdida había un país, una posibilidad real de vida, un paisaje por construir que nadie se tomó en serio. "¿Por qué nadie me tomó en serio entonces y por qué se me toma en serio ahora?", parece que se pregunta Marosa a lo largo de cincuenta años escribiendo el mismo poema, corrigiéndolo. Su mundo se abre paso entre las palabras y se impone, y nos llena de animales pequeños, de plantas desconocidas, de una pasión más honesta, una pasión que está a salvo, la pasión de un ser que ha podido crear un mundo que no pertenece a este, y que carga con él, un ser consciente de cómo la incapacidad se convierte en capacidad. Marosa nos mostró que el duelo puede ser sencillo y profundo, que se debe permanecer en el gesto. Marosa nos recuerda que uno puede crear su vida viviendo en el mundo de sus padres, y que para algunos sólo respondiendo a ese mundo, o preservándolo, la vida tiene un sentido. Marosa es un mundo donde quedarse a vivir, un mundo peligroso porque intenta persuadirnos desde la primera palabra. La persuasión recorre toda la obra de Marosa. ¿Cómo podríamos decir, leyéndola, que ese mundo existe, que hemos logrado ver lo que ella veía, que la hemos comprendido? Su obra, como todas las grandes obras, es inaceptable. Hay en su gesto, una moral compleja que sólo el tiempo puede revelar. Marosa es oscura y nos enfrenta a las elecciones fundamentales de la vida. Ella significa la tentación del fracaso, la tentación de permanecer en la casa familiar y cuidar de los padres, la tentación de intentar ser Emily Dickinson. El empeño moderno por tener una vida propia no nos impide saber que es un privilegio presentir que todo había sido escrito e imaginado para nosotros. Creamos el mundo para herirlo, para molestarlo, para interrumpirlo, para intervenirlo, para no dejarlo en paz. Y después, la noche.
Siempre salgo
Nos encontramos en el manzano. Era una noche cerrada, oscura. Me dijo: ¿Paseas?
Contesté: Siempre salgo.
El dijo: Yo, también, siempre salgo.
Pero, en ese momento, irrumpió la luna. Con todos sus tules. Y una llaga, como si
hubiese sido violada dentro del traje de novia.
¿Qué tiene la luna? No sé.
A la enorme luz, se vio que yo estaba absolutamente desnuda; sólo con las trenzas
múltiples, larguísimas.
El traje de él era augusto y deslumbrante.
Como el de un guerrero.
Como el de un clavel.
José Watanabe murió el 27 de Abril de 2007 en Lima. Watanabe es el punto de encuentro real entre dos tradiciones y dos formas de mirar. Leyéndolo asistimos a una vida y una mirada absolutamente propias, donde somos capaces de ver los movimientos de los hombres y la materia, las emigraciones, los terremotos, los huracanes. Watanabe no sucede por casualidad, es una voz que ordena un siglo y una escritura. El fin de un proyecto, quizá. El fin del proyecto de la poesía peruana. ¿Cómo no oír respirar en él, la línea que va de Vallejo a Moro, Westphalen, Sologuren, Varela y Eielson? La misión del poeta no es sólo ponernos en contacto con nuestros ancestros, sino decidir qué son y quiénes son nuestros ancestros. Watanabe toma las palabras como seres libres, y grita y lo retuerce todo. Es decir, cuando un hombre se hunde en el fango de su propio cuerpo, el siguiente hombre no puede hundirse inmediatamente después, tiene que ver que ese fango es real, que no se sale de él fácilmente.
Watanabe es un cuerpo que hay que mirar y no leer, un cuerpo donde hay que detenerse para ver cómo la enfermedad y la muerte, se van apoderando de él. Un cuerpo frágil que pide un testigo. Su cuerpo ofrecido es un gesto absoluto, y su narración de una muerte lenta también lo es. Watanabe lo miraba todo como si fuera la última vez, y en su caso, como en Carver, la vida era para él una propina después de la grave enfermedad que sufrió a finales de los años ochenta. Vivir cuando crees que podrías haber muerto multiplica los significados de todas las cosas, y este es uno de los valores de Watanabe, el riesgo es vivir y no hablar ni escribir, el riesgo está en haberse salvado, porque quien se salva intuye que no se ha salvado porque sí, el que se salva presiente lo que viene. El hombre busca en cada persona la respuesta a su salvación, sabe que la respuesta puede estar en cualquier parte. El lenguaje es ya naturaleza y la naturaleza lenguaje. Naturaleza salvaje y aniquiladora donde el arte reside en sobrevivir. Su poesía tiene un componente teatral fuerte, los personajes y las cosas entran y salen de ella para narrar esa salvación, la mirada es dirigida afuera, al paisaje, a lo abyecto, a lo desconocido. Su libro más bello es probablemente La piedra alada, pero uno de los proyectos más interesantes de Watanabe fue su versión de Antígona, que escribió para el mítico grupo de teatro Yuyachkani. Cuando la vida en el límite se prolonga durante mucho tiempo aparece la brutalidad, este proyecto salvaje de mirarlo todo no puede acabar de cualquier modo. El hombre que parece que nunca podrá adaptarse se adaptará a todo, y será el mejor de todos nosotros, y podrá explicarnos nuestra historia con claridad. La muerte no puede acabar con ningún proyecto de vida auténtico. La muerte no puede con un superviviente.
Poema del inocente
Bien voluntarioso es el sol
en los arenales de Chicama.
Anuda, pues, las cuatro puntas del pañuelo sobre tu cabeza
y anda tras la lagartija inútil
entre esos árboles ya muertos por la sollama.
De delicadezas, la del sol la más cruel
que consume árboles y lagartijas respetando su cáscara.
Fija en tu memoria esa enseñanza del paisaje,
y esta otra:
de cuando acercaste al árbol reseco un fosforito trivial
y ardió demasiado súbito y desmedido
como si fuera de pólvora.
No te culpes, quién iba a calcular tamaño estropicio!
Y acepta: el fuego ya estaba allí,
tenso y contenido bajo la corteza,
esperando tu gesto trivial, tu mataperrada.
Recuerda, pues, ese repentino estrago (su intraducible belleza)
sin arrepentimientos
porque fuiste tú, pero tampoco.
Así
en todo.
Blanca Varela murió el 12 marzo de 2009 después de una enfermedad larga y difícil. Igual que Vallejo, Moro, Westphalen, y toda la gran escuela de poetas peruanos, Blanca Varela tensó la lengua castellana hasta los límites. Vivió durante varios años en París con su marido Fernando de Szyslo, y allí conoció a todos los que había que conocer, sobre todo a Octavio Paz. Sus poemas, profundamente plásticos, juegan con los restos, testimonio de un mundo devastado en el que sólo la búsqueda de la belleza nos consuela. Dolor profundo y callado, sin estridencias, su poesía quebrada dio un paso más que otras poetas que vieron su búsqueda rota por la muerte. Pienso en poetas como Pizarnik o Ana Cristina César. Su dolor sostenido como un susurro. Cada muerte tiene su propio significado. Su poesía completa está publicada por Galaxia Gutemberg con un título perfecto: Donde todo termina abre las alas. Uno puede estar toda su vida intentando acercarse a la materia, a la tierra, al mar, y no conseguirlo. Un hombre que dedica su vida a eso, al acercamiento perfecto, a la preparación, es un hombre que vale la pena. La poesía de Blanca Varela es una aproximación a todas las cosas, o más bien una utopía de proximidad, como diría Bourriaud. La palabra de Blanca Varela nos enseña que es posible volver a nombrar las cosas tantas veces como sea necesario, que es posible volver las cosas sagradas y profanas, que somos libres de creer o no en lo que vemos, pero que nuestra responsabilidad es llegar a la mirada despojada, a la exposición absoluta. Cómo habitar los restos, cómo pisar sobre ellos, cómo dormir sobre ellos. Blanca Varela hunde su poesía en el misterio, en los animales, en la noche, en el sueño, en las voces. Pero también hay una reflexión en torno a la mujer, y una reflexión sobre el cuerpo. Todo tiene que ser vivido a través del cuerpo, nuestra única certeza. Cuerpo para escribir o herir, cuerpo como prueba. Cuerpo que tiene que hundirse en lo peor de sí mismo para conocerse, enfrentándose a sus luces y a sus sombras. Es un cuerpo expuesto permanentemente al dolor y a una realidad social compleja, que siempre acaba apareciendo en los poemas. El cuerpo es un resto, el mundo es un resto, y la palabra también. Blanca Varela sabía, como Paul Valery, que lo más profundo es la piel, pero quizá también sabía, como escribió Panero, que la poesía es una enfermedad de la piel. Blanca Varela nos deja la palabra limpia y necesaria, una mirada clara y lúcida desde la que contemplar la belleza del final. El final de un estado de cosas, el final de una forma de vivir el lenguaje que nunca más podrá repetirse.
Curriculum vitae
digamos que ganaste la carrera
y que el premio
era otra carrera
que no bebiste el vino de la victoria
sino tu propia sal
que jamás escuchaste vítores
sino ladridos de perros
y que tu sombra
tu propia sombra
fue tu única
y desleal competidora.
Idea Vilariño murió el 28 de Abril de este año en Montevideo. Ella fue una de las mayores poetas de amor del Siglo Veinte, y sus poemas son testimonio de una de las historias de amor más bellas de la literatura. Su relación con Juan Carlos Onetti en los años cincuenta fue el origen de los libros Poemas de amor y Nocturnos, que Lumen publicó en los Años 80, y que ahora ha reeditado su Poesía completa. Su palabra es un grito contra la mentira, contra el engaño, contra las palabras, contra la juventud, una invitación a vivir y a amar con fuerza y con desgarro, a dejarlo todo sin esperar nada. La poesía de Idea nos hace pensar que el dolor es claro, y que sólo existe una forma de decirlo. Es necesario decir el dolor de forma que cualquiera pueda entenderlo. Es necesario decir, he causado dolor y me han causado más dolor del necesario. Es posible decir en un poema solamente eso. Decir eso con palabras tan sencillas es una búsqueda real y absoluta. Y decir eso durante toda una vida, repetirlo con tanto cuidado, es un proyecto de vida. Era necesario decir que nunca se recuperó de aquel amor, que la vida no fue como esperaba, que podría haberlo sido, pero no lo fue. Escribió poemas breves para que nos los aprendiéramos de memoria, para que ese amor no se volviese a repetir. Leyendo a Idea Vilariño aprendimos el amor loco. Ese amor que no tiene fin ni tiene cura. Leer la poesía de Vilariño es leer cómo un corazón se rompe, y tarda años en romperse. Pero con el corazón roto ella se resiste a abandonar, y el dolor la conduce a una lucidez y una limpieza expresiva que dignifican el amor. Cuando uno ya no espera nada de los otros lo pone todo en las palabras. Si la poesía de Montejo es una ética del amor, la poesía de Vilariño nos descubre un amor salvaje que sólo se comprende en los límites. Si los poetas casi siempre fingen, se inventan el amor y lo construyen, Vilariño lo destruye, lo destapa, lo desnuda, lo acusa y lo enfrenta. Esta es una poesía escrita en las madrugadas a lo largo de setenta años. La poesía de Idea es un largo duelo. El duelo es respetar el dolor, aprender a mirar cómo los otros sufren y llegar a sufrir con ellos. Susan Sontag lo explicó bien en Ante el dolor de los demás. No creo que haya en el Siglo Veinte un testimonio de tanta altura sobre el amor y sus consecuencias, no creo que con menos palabras se haya podido decir tanto. Ante el dolor de los demás hay que callar y recordar. Ante el dolor de los demás las palabras sobran. Idea Vilariño viajó en los años ochenta a Madrid a ver a Juan Carlos Onetti. Onetti, que se había vuelto a casar. Su mujer los dejó solos durante todo el día. Onetti, un día, decidió no volver a levantarse de la cama. Es necesario tener pruebas de que los otros han entendido tu dolor. ¿Qué pruebas tienes tú? Todo poema verdadero es un grito verdadero que espera auxilio verdadero.
Ya no
Ya no será,
ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te tendré de noche
no te besaré al irme, nunca sabrás quien fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca
ni si era de verdad lo que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos,
querernos, esperarnos, estar.
Ya no soy más que yo para siempre y tú
Ya no serás para mí más que tú.
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives, con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte. No te veré morir.
Eugenio Montejo murió el 5 de Junio de 2008, en la edad en la que iban a llegar sus mejores poemas. En Montejo los amantes siempre están unidos a los astros, a la tierra que gira, lo más frágil aparece siempre unido a lo más grande para hacerse eterno. Montejo nos enseñó un amor sencillo desde el primer día, desde el primer verso. Un amor escrito desde las estrellas, escrito en el cuerpo. Es posible amar en calma y contemplar y ver pasar los siglos. Nos mostró que la belleza, y los días necesitan toda nuestra atención. Su obra es un monumento moral sobre una vida callada pero en relación constante con la luz, con los elementos y con la naturaleza. De una vida que se modifica sólo ante la naturaleza, ante el gesto de un pájaro, una vida marcada por la amistad y el amor. Montejo decidió hablar de las cosas que le gustaban, y esto vale para resumir su proyecto. En Montejo hay una fe en lo sencillo, es decir, la fe en que lo sencillo tiene que estar en algún sitio. Esa búsqueda profunda de la claridad hace que Montejo encuentre verdades donde uno puede morar y refugiarse. El amor es de muchas formas, pero también puede ser así. Montejo aproxima el cuerpo, su cuerpo, el cuerpo de todos, al sol, a la luna, al mar, a la lluvia, a la selva, a la noche. Montejo comprende con todo el cuerpo, oye la música y baila, demuestra el movimiento de la tierra. Pero igual que en otros poetas, como Watanabe o Varela, también en él hay una preocupación por la identidad sudamericana y venezolana, por construir una forma de ser y de decir válida y fuerte. Un esfuerzo por hacerse entender. ¿Qué debe hacer el hombre en Sudamérica? ¿Y dónde está esa identidad? ¿Está en un solo sitio, en la poesía, en la lengua? ¿O está también en la lluvia, en los astros, en la piel? Es una identidad que el poeta no pretende resolver, sino expandir, plantear preguntas. El ritmo de sus composiciones nos hace pensar en una canción. La poesía de Montejo invita a bailar. La poesía venezolana del Siglo Veinte está bien recogida en la antología Pájaro Relojero, publicada por Galaxia Gutemberg. Y nombres como Juán Sánchez Peláez, muerto en 2003, o la impresionante y siempre olvidada María Auxiliadora Alvarez, son básicos para entender el mapa poético de Venezuela. ¿Recuerdan a Sean Penn leyendo un poema suyo a Naomi Watts en 21 gramos? La tierra giró para acercarnos, giró sobre si misma y en nosotros / (...). Finalmente Montejo fue un poeta universal. Su poesía es la perfecta demostración de que la tierra es redonda, y todavía gira.
Amantes
Se amaban. No estaban solos en la tierra;
tenían la noche, sus vísperas azules,
sus celajes.
Vivían uno en el otro, se palpaban
como dos pétalos no abiertos en el fondo
de alguna flor del aire.
Se amaban. No estaban solos a la orilla
de su primera noche.
Y era la tierra la que se amaba en ellos,
el oro nocturno de sus vueltas,
la galaxia.
Ya no tendrían dos muertes. No iban a separarse.
Desnudos, asombrados, sus cuerpos se tendían
como hileras de luces en un largo aeropuerto
donde algo iba a llegar desde muy lejos,
no demasiado tarde.
Eielson murió en Lima el 8 de Marzo de 2008. Cuando leí por primera vez a Jorge Eduardo Eielson en la Revista Atlántica, y la entrevista reveladora de Martha Canfield que acompañaba sus poemas, pensé lo mismo que la primera vez que leí a Westphalen, ¿Cómo era posible que dos voces así hubiesen permanecido en los márgenes, prácticamente desconocidos en España, y solo parcialmente editados? Años después, José Miguel Ullán y Manuel Ferro editaron en Ave del paraíso gran parte de la poesía de Eielson con el título de Vivir es una obra maestra. También Pre-Textos hizo dos ediciones especiales de sus libros. Hay lenguajes que no pueden ser legitimados del todo porque su ruptura de la lengua es peligrosa. Hay voces que la literatura no asimila, y que precisamente por eso se hacen oír. Eielson hace un mapa del amor y de la intimidad, de los comportamientos extaños y libres, de la profundidad de una habitación que se ha llenado del mundo. Conocido también como artista plástico, su poesía se nutrió directamente de la pintura, y toda su obra está recorrida por una reflexión profunda alrededor de los actos de escribir (inscribir), y leer. En 1980 publica el que para mí es su libro más importante, PTYX. Este libro extraño y hermoso como pocos nos enseña la posibilidad de encerrarse y crear un mundo al margen de todo, y llevarlo hasta el final, sin la necesidad de hacerse entender ni de responder a nada. Es decir, crear otro sistema de relaciones pasa para Eielson por saber en qué gestos reside la belleza, en qué gestos podemos aún hacernos libres. Así escribe. Nunca pudimos distinguir entre el Señor y la Señora / ni estuvimos seguros que fueran iguales a nosotros / tal vez la única diferencia entre nosotros y ellos / era el mar. O más adelante. ¿Recuerdas mi Juventud en el Espejo del Baño / como yo recuerdo la tuya sobre la arena caliente / Cubierta tan sólo por tu Alegría? Toda su obra es fragmentaria, todo parecen anotaciones, apuntes. Todo ese amor al que nos invita a asistir, todas esas acciones de resistencia a lo convencional, esas invitaciones a la desobediencia no ya con el mundo, sino con uno mismo. Eielson, igual que Vallejo y Varela, nos habla de estos, de despojos, de un lenguaje reducido a lo mínimo, de un mundo donde sólo puede decirse lo necesario, ni una palabra más. Uno debe hacerse responsable de convertir su vida en restos, el lenguaje en restos, porque en un mundo devastado ninguna construcción puede entenderse, sólo los restos, los balbuceos, los apuntes, pueden dar cuenta de un mundo y un amor heridos. Eielson nos da una lección sobre cómo despojar al poema de todo para que no pese, para que vuele solo en la página. Eielson apela al lector una y otra vez para construir con él, siempre dejando espacio para otra vida. Eielson habló de nosotros. Eramos iguales a todo el mundo / Pero todo el mundo no era igual a nosotros.
verbos
pensar en una silla
pensar en dos sillas
pensar en tres sillas
pensar en cuatro sillas
vivir todos los días
vivir todas las noches
vivir día y noche
vivir noche y día
decir mañana
decir limón
decir amarillo
decir perdón
esperar un tranvía
esperar un amigo
esperar un milagro
esperar todavía
saber cortar una rosa
saber abrir una puerta
saber curar una herida
saber cerrar una puerta
comprar una manzana
comprar un automóvil
comprar el mundo entero
comprar un cementerio
mirar el cielo oscuro
mirar el sol de lejos
mirar el mar oscuro
mirarse en un espejo
nombrar una persona
nombrar diez personas
nombrar cien personas
seguir nombrando personas
hacer una casa de piedra
hacer una silla de cuero
hacer una cama de hierro
hacer un cajón de madera
tener hambre y tener sed
tener calor y tener frío
tener vergüenza y no tener dinero
tener dinero y no tener vergüenza
ganar una batalla
ganar una medalla
ganar una mejilla
ganar una botella
perder una chaqueta
perder un match de box
perder una muchacha
perder una cuchara
caminar entre sonrisas
caminar entre silbidos
caminar entre quejidos
caminar entre cipreses
amar una mujer
amar un hombre
amar todas las mujeres
amar todos los hombres
hablar de dinero con la gente
hablar de la guerra inminente
hablar de la vida inútilmente
hablar de la luna simplemente
estar sentado en un cine
estar de pie en un tranvía
estar dormido en la yerba
estar desnudo en el agua
encender una cerilla
encender un cigarrillo
encender una silla
encender una estrella
soñar un caballo
soñar diez caballos
soñar millares de caballos
soñar sólo caballos
escribir un poema
no escribir un poema
escribir otro poema
no escribir nada
ser amarillo
ser inteligente
ser misterioso
ser solamente
Mahmud Darwish, nació en 1942 en Galilea, y murió el 9 de Agosto de 2008. Darwish ha sido la última estrella de la poesía, el último poeta que ha llenado estadios. Si Vilariño nos enseñó el amor que dura una vida y Montejo el amor sencillo, Darwish nos enseñó el amor en la lucha, en la guerra, en el exilio y entre las bombas. El amor responsable e incesante. Tenía claro que si el enemigo lograba modificar su forma de vida habría sido vencido. La vida de Darwish sufrió todos los acontecimientos ocurridos en Palestina desde finales de los años 40, con la implantación del Estado Israelí, el asedio del Líbano, la persecución, el exilio, la censura y la cárcel. Cuando un luchador sabe escribir, cuando un líder sabe escribir, cuando aparece un hombre de verdad en la literatura, cuando existe un escritor que se responsabiliza del mundo, todo se modifica. Su preocupación por que su poesía no se redujera a una lucha, sino que fuera universal, marcó un punto y aparte en su poesía. ¿Pero es más universal el amor que la guerra? La historia palestina es la historia del mundo, la historia que nunca podrá resolverse, la herida incurable. La palabra que nombra ese conflicto es ya universal, palabra irreconciliable, palabra que sólo puede confiar en la ley. Palabra que reclama, que exige justicia inmediata. La palabra de Darwish nos habla de la comunicación explosiva que nombraba Blanchot a propósito del 68, de la revuelta permanente, de los atacados, los humillados y los ofendidos. Contra la ofensa se impone la lucidez de quien sabe que tiene razón y ha sido desposeído injustamente de lo que le pertenece. A Darwish la injuria no le hace dudar, sólo hay una salida posible para el conflicto. Es decir, hacer de la lucha, del amor, de la tierra y de la lengua una única cosa, una única resistencia. La palabra sirve entonces para unir y sujetar al pueblo, para fortalecerlo y construir una identidad común, un país de palabras donde vivir mientras la paz no llegue. El poeta perfecciona su lucha y su explicación del mundo para hacerse entender y llegar al otro de la mejor forma posible. A lo largo de todos sus libros existe un proyecto humano. La historia no ha podido acabar con ese proyecto, con la confianza en el hombre y la palabra. Recuerdo al poeta en la película de Jean Luc Godard, Notre Musique. Leer a Darwish, como explicaba Antonio Colinas a propósito de la publicación de su libro póstumo en Pre-textos, es encontrar la poesía en estado puro, es reconocer el don. Ese último libro titulado Como la flor del almendro o allende, es la culminación de una obra total. La poesía de Darwish es una poesía que tuvo respuesta en el mundo, que ha intervenido sobre la historia de los hombres y del siglo, una demostración de que la poesía sirve para algo. Una poesía a la que su pueblo respondió y a la que seguirá respondiendo durante mucho tiempo. Poesía para contar la verdad, para contar la historia, para no repetir el error, para resistir y no olvidar.
Tengo la sabiduría del condenado a muerte
Tengo la sabiduría del condenado a muerte:
No tengo cosas que me posean.
He escrito mi testamento con mi sangre:
"¡Confiad en el agua, moradores de mis canciones!".
He dormido ensangrentado y coronado con mi mañana...
He soñado que el corazón de la tierra era mayor que
Su mapa
Y más claro que sus espejos y mi cadalso.
He creído que una nube blanca me
Ascendía,
Como si yo fuera una abubilla con el viento por alas.
Y al alba, la llamada del sereno
Me despierta de mi sueño y de mi lenguaje:
Vivirás en otro cadáver.
Modifica tu último testamento.
Se ha retrasado la fecha de la segunda ejecución.
¿Hasta cuándo?, pregunto.
Esperaré a que mueras más.
No tengo cosas que me posean, respondo,
He escrito mi testamento con mi sangre:
"¡Confiad en el agua,
moradores de mis canciones!"
Y yo, aunque fuera el último,
Encontraría las palabras suficientes...
Cada poema es un cuadro.
Pintaré ahora para las golondrinas
El mapa de la primavera,
para los que pasan por la acera, el azufaifo
y para las mujeres el lapislázuli...
El camino me llevará
Y yo le llevaré a hombros
Hasta que las cosas recobren su imagen
Verdadera,
Luego oiré lo genuino:
Cada poema es una madre
Que busca a su hijo en las nubes,
Cerca del pozo de agua.
"Hijo, te daré el relevo.
Estoy encinta".
Cada poema es un sueño.
He soñado que soñaba.
Me llevará y le llevaré
Hasta que escriba la última línea
En el mármol de la tumba:
"Me he dormido para volar".
Y llevaré al Mesías zapatos de invierno
Para que camine como los demás
Desde lo alto de la montaña hasta el lago.
Pablo Fidalgo