Se cumplen 40 años de la publicación de El contenido del corazón, el libro de poemas en prosa que Luis Rosales escribió a raíz de la muerte de su madre. Para celebrar el aniversario, la editorial Ele Medios de Granada ha realizado una exquisita edición conmemorativa. Aunque el interés del libro está en el libro, la creciente presencia del poema en prosa en el panorama poético español añade un aliciente más a su lectura, que sería muy provechosa.
Su escritura ya supuso un enorme provecho para Luis Rosales,Cartier Replica Watches como reconoce en "Unas palabras a manera de prólogo": "Este libro tiene una larga historia que ya va siendo la de mi vida. Le debo mucho. Le tengo gratitud. Encontré en él mi expresión personal y encontré en el la voz poética que después he llevado a otros libros. En cierto modo me resume como escritor y como hombre".
La historia de El contenido del corazón es tan larga como ilustrativa. A principios de 1941, con cinco días de diferencia, mueren en Granada los padres del poeta. Pero en ese intervalo ocurre algo esencial. Su padre le dice: "Mira, Luis, yo tengo el mejor papel que se fabrica en el mundo, y me agradaría que escribieses en él un libro de recuerdo a mamá". El joven se compromete a hacerlo. Pocos días después, su padre pide que le preparen para dormir allí el cuarto donde murió la madre. Esa misma noche, muere. Es inevitable, por tanto, que aquella promesa se convirtiese para el poeta en un vínculo prácticamente sagrado.
La primera versión se publica en dos entregas en la revista Escorial, en julio de 1941 y en agosto de 1942. Saldrá más tarde una segunda versión en ABC, dedicada a Leopoldo Panero. Finalmente se publica como libro en Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid, 1969. Se incorporan nuevos poemas: los que figuran a partir de "El cine de los pobres", y se rechazan varios de los publicados en Escorial.
¿Exageraba Rosales cuando decía —quizá llevado por una explicable piedad filial— que encontró en este libro su voz y su poética? No. De las cenizas del dolor y del rescoldo del recuerdo, Rosales extrajo técnicas, tonos y temas para su obra posterior. De la abundancia del corazón habla la boca, dice un famoso texto. La similitud con la experiencia rosaliana es textual: de su contenido del corazón brota toda su obra.
Para explicarlo con exhaustividad habría que encarar a fondo el problema de la cronología y la ordenación de los libros de Rosales. Baste señalar aquí que la obra de Rosales cambiará a partir de este libro, pero no desde la fecha de su publicación definitiva, en 1969, sino desde el instante mismo de su concepción y su primera versión pública en Escorial, en 1941. Según Rosales, un poema lo componen cuatro elementos: materia, invención, forma y expresión. Si los analizásemos uno a uno, veríamos las coincidencias esenciales entre El contenido del corazón y La casa encendida (1949). Centrándonos en la expresión —lo poético por antonomasia—, a partir del libro de poemas en prosa, la expresión de Rosales será, según Luis Felipe Vivanco, "una palabra inquieta e imprevista que no cesa de inventarse a sí misma". Y añade: "Sin retórica, porque la palabra retórica es una palabra sin imaginación y en Rosales hay siempre el peligro de un exceso de imaginación en la palabra".
El contenido del corazón significó en el plano práctico —siempre previo y más importante para un poeta— lo mismo que en el plano teórico el famoso manifiesto de la Poesía Total, publicado en los números 39 y 40 de la revista Espadaña, en 1949. Se defiende allí una poesía sin especialismos, que vuelva al hombre, que lo recoja todo, que narre. Una poesía como épica de lo cotidiano. Luis Rosales retrospectivamente concretó: "Nosotros entendíamos por poesía total la supresión de los géneros literarios. Era lo que yo he hecho y lo que yo hago. Era hacer al mismo tiempo poesía lírica, poesía narrativa y poesía de meditación, incorporando, además, el diálogo". Eso lo hizo, de una (primera) vez para siempre, en El contenido del corazón.
También aprendió a combinar lo objetivo y lo subjetivo, que será una característica de toda su obra posterior. Alcanza una maestría insuperable en las descripciones. Rosales describe maternalmente porque aprendió a describir haciendo la de su madre y porque él, mientras describe, va dando a luz. De la misma estirpe son sus comparaciones y adjetivos. La atención, de la que nacen, tiene un protagonismo principal desde El contenido del corazón como allí se avisa: "Sólo es preciso atender, pues aunque nadie repara en ello, la atención por sí sola puede darle sentido a la vida" y "Mirar es siempre una aventura, una credulidad, y en la mirada está el peligro".
También afina el aforismo como unidad mínima de su poesía, lo cual tendrá una importancia creciente en toda su obra, culminando en La carta entera, su proyecto final y el más ambicioso. En principio, La carta entera iba a estar compuesta por cuatro volúmenes: La almadraba (1980), Un rostro en cada ola (1982), Oigo el silencio universal del miedo (1984) y Nueva York después de muerto, que, como su título parecía profetizar, quedó por escribir. En El contenido del corazón había descubierto un uso del aforismo que puede compararse al de Proust. Aunque Proust esté en la línea de los moralistas franceses y Rosales en la de la sabiduría sentenciosa del pueblo y del cante flamenco, lo que en Proust vio Cioran puede aplicarse a nuestro poeta: "Rebosa de aforismos: los hay en todas las páginas, en todas las frases incluso, pero son máximas arrastradas por un torbellino. Para que el lector las descubra es necesario que se detenga y no se deje llevar demasiado por la frase". Detengámonos nosotros un instante para ver algunos:
Nuestro nivel de crecimiento siempre está dado en la sonrisa.
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Tal vez los ojos lloran porque ven.
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No hay nada verdadero en la vida que no sea compatible con la inocencia.
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Cuando se quiere a una persona tememos que se muera; es más, cuando se quiere mucho a una persona siempre pensamos que va a morir. [...] La perfección pide cumplimiento.
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Nadie puede quitarte lo que amas…
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La admiración ha tirado de mí desde pequeño y he crecido mirando.
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La mirada de Dios no es sucesiva: conserva aún el Paraíso.
Pero que la selección no nos haga olvidar el torbellino que arrastra los aforismos y que será una característica esencial en lo mejor de su obra. Como es natural lo descubre en la prosa, que fluye mucho más.
La prosa a Rosales le enseña también el humor, que en La carta entera será fundamental y que hace su aparición en El contenido del corazón, en el poema titulado "La fotografía", por ejemplo. Y hablando de fotografía, no olvidemos otra característica de su estilo: desenfoca en los bordes. Produce así un paradójico efecto realista: "Si se hubiese tratado de una alucinación sus perfiles habrían sido más definidos, más reales", aclara. Se trata de algo completamente intencional: "Me gustaría pintarla, pero la precisión la empequeñecería". O sea, que el difuminado, aunque parece suave, responde a una constante y cortante exigencia de verdad: "Me cortaría las manos para seguir haciendo tu retrato con el muñón, para seguir haciendo tu retrato borrando un poco lo que escribo, puesto que mis recuerdos son borrosos también".
Lo cortante no llega a quebrar el hilo argumental. Le importa mantenerlo porque se enhebra con la memoria, un tema suyo capital, que constituye la médula de La casa encendida y de La almadraba. El contenido del corazón es, entre tantas cosas, un extraordinario ensayo implícito sobre la memoria y la elegía:
Todo recuerdo verdadero es igual que una resurrección y repentiza de nuevo, nuestra vida.
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Tal vez sería preciso que colgáramos los recuerdos de las paredes del corazón como en el templo cuelgan los exvotos.
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Tenemos que sobrevivirnos, puesto que no hay ninguna posibilidad vital que no descanse en el pasado.
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[…] las cosas enterradas en nuestro corazón aprenden a nacer porque quizá, en ese instante mismo, Dios las está diciendo, las está recreando para nosotros.
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Mira, Gerardo, el recuerdo es la única alegría que no se acaba nunca.
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En la memoria del corazón todo tiene un valor imprevisible.
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Los años se van haciendo cada vez más parvos y es necesario recoger hasta las limaduras del recuerdo.
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Nadie sabe hasta dónde puede llevarle la memoria cuando se entrega a ella.
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En el recuerdo todo vuelve y nada se repite.
Las relaciones de El contenido del corazón con el resto de la obra de Rosales demuestran que el poema en prosa es un extraordinario laboratorio poético. Permite ensayar nuevos tonos con una soltura que no tiene el verso y con una naturalidad de la que carece el verso libre, ese oxímoron.
Actualmente observamos un auge del poema en prosa. Escapa a la intención de estas páginas investigar los motivos (tal vez cuenten entre ellos, por un lado, cierta falta de preparación métrica de los más jóvenes escritores y de los lectores o, dicho de un modo más entusiasta, "la consiguiente mayor democratización de los géneros y las formas" (Carlos Jiménez Arribas); y, por el lado positivo, la maravillosa plataforma para los poemas en prosa que ofrecen los blogs) ni tampoco hay espacio para enumerar los indicios, como premios más frecuentes a libros de poemas en prosa o la proliferación de antologías y monografías. No nos queda más remedio que constatar, sin embargo, que a pesar del auge, el poema en prosa sufre severos problemas de identidad. Hay dudas hasta en la terminología: ¿poema en prosa, poesía en prosa o prosa poética? A uno, con una incurable tendencia por el neologismo iluminante, le gusta mucho "proema", expresión que Francis Ponge propuso y que recoge Octavio Paz en Árbol adentro.
¿Por qué tantas dudas de identidad? Hasta cierto punto, son lógicas. El verso delimita un territorio que todo el mundo reconoce como poesía. Los poemas en prosa, en cambio, pisan arenas movedizas. De hecho, uno repasa los motivos que los principales estudiosos del género han propuesto para definirlo y se hunde en la perplejidad: la intención del escritor de que sean poemas, la publicación en un libro llamado de poemas, la condición de obra secundaria de un poeta en verso, etc.
Estas dudas de identidad las padecen también los creadores, lo que es más grave, y se contagia, lo que ya es letal, a sus propios textos. Ello explica, me parece, algunos tics muy comunes que responden al deseo desesperado de postular los textos en prosa como poéticos. En casi todos se encuentran una o algunas de estas características: o un esteticismo muy acusado, en la línea del modernismo, que fue cuando el proema vivió su época de esplendor; o toques de surrealismo o rupturismo vanguardista; o una extrema brevedad, a la búsqueda de los espacios en blanco de la página: ya que no pueden ser ni a izquierda ni a derecha, como en el verso, que queden por lo menos por arriba y por abajo, etc.
Otros, tratando de ubicarse, marcan fronteras y se ponen el uniforme de aduaneros. Con todas sus limitaciones, la teoría de los géneros puede servir para delimitar su territorio. Jugando a la geografía, haciendo de gendarme, yo propondría para el poema en prosa estas fronteras: al norte, con el artículo de prensa, los aforismos y los apotegmas; al sur, con la narrativa, lindando conflictivamente —se están produciendo confusas escaramuzas— con el microcuento; al este, con las memorias y los anecdotarios; y al oeste, con la descripción pictórica o musical. Un poema en prosa no debería traspasar ninguna de estas cuatro fronteras, sino buscar un punto lo más central posible dentro del ámbito que delimitan.
Dicho esto, harían muy bien todos los que tienen interés en el poema en prosa en leer con detenimiento El contenido del corazón. En Rosales, incluso antes de empezar, hay una lección impagable: su silencio teórico clamoroso. Él, que dio tantas vueltas a su obra y habló de ella a menudo y con todo lujo de detalles, no se disculpa o, si quieren ustedes una palabra menos connotativa, no se justifica por haber escrito poemas en prosa. Entra dentro, quizá, de su muy bien asumida herencia vanguardista no volver a defender el poema en prosa, que ya está plenamente instalado en la modernidad desde Baudelaire y Rimbaud.
Luis Rosales se limita a escribir buenos poemas en prosa. Y lo hace con una personalidad impresionante, arrolladora, en parte por la asumida lección vanguardista, y en parte porque todo lo que tocaba se convertía irremediablemente en poesía. También porque su interés estaba muy centrado en recordar a su madre, no en escribir un género u otro ni, mucho menos, en publicar. El resultado rebasa sistemáticamente y a la vez todas las fronteras. Una profunda lección de libertad que cura (o podría curar) los más ocultos complejos del género.
Su poema en prosa se sale del mapa que con tanto cuidado hemos delimitado antes. Pero no porque se acerque peligrosamente a cualquiera de las lindes, corriendo el riesgo de emigrar a otro género, sino porque se las salta todas y a la vez. Se sale del mapa porque el mapa se le queda pequeño. Para empezar por lo más obvio y material: su poema en prosa no es breve. Luego es ensayo —recuerden su filosófica pesquisa de la memoria—, es narración, narración de sus memorias, además, y alcanza unas cotas altísimas de descriptivismo, como en sus comparaciones e imágenes, en prosas tan musicales como "La hora unánime", y de una manera incomparable en sus retratos.
Por otra parte, es muy libre en el tono. Ni fuerza la mano en el surrealismo ni en una delicadeza aparente e impostada, que son las dos tentaciones de la prosa poética, cuando no se dan la mano en un esteticismo pasado por el surrealismo o viceversa. Sus poemas en prosa recuerdan aquella definición de la copla del granadino Carlos Cano que propuso Antonio Burgos: "Es la copla cantada con… voz de hombre". Rosales produce una impresión análoga: la suya es una prosa poética sin aflautar la voz. Lejos de mí, por supuesto, mantener que la voz de hombre sea mejor que la de mujer, y para demostrarlo permítanme recomendar, de paso, los poemas en prosa de Esther Morillas (Jaén, 1968) o anunciar los que muy pronto seleccionará Rocío Arana (Sevilla, 1977) de entre los publicados en su blog. El secreto es que la voz sea auténtica, no impostada.
El poema en prosa le dio mucho a Rosales. Con él encontró una voz poética, la suya, que iría ahondándose en sus libros posteriores. Por justicia poética y por interés propio, los que escriben ahora en España proemas deberían leerle atentamente. Rosales puede devolverle mucho al poema en prosa.
Enrique García-Máiquez