Entre las tristezas de Espiña -ese sitio del que hablas a veces–, quizá destacarías la ansiedad, casi apasionada, por instaurar lo Mediano, por respetar al Mediano.
Miras eso que se llama Cultura –y que puede ser eso o cualquier otra cosa, porque no hay otra palabra tan indecisa. Miras la gestión, la producción, la distribución, la recepción de la cultura: y encuentras sus virtudes cardinales: la tibieza, la desgana, el que–todo–quede–a–medio–hacer.
Norma funcional: es necesario evitar los compromisos, es necesario usar la pantalla del semicompromiso, es necesario estar siempre a medias para dejar satisfecho al Mediano en nombre de todos los demás.
[Tal vez esto también parezca sexual: lo es.]
Sí, el Mediano: gestor, editor, presidente de la corporación, académico, redactor jefe, director del suplemento y portavoz general.
¡Viva el Mediano!
Lema eterno: Hagamos un poquito y así nos defendemos de todos.
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La crítica siempre tiene algo de reverso, de contrario: se sostiene en lo criticado, lo refuerza – aunque sea sólo en el instante previo al alejamiento, a la ruptura. Un intercambio, un trasvase, un reflujo.
[¿Sigues hablando de sexo?]
Un Reino Mediano sólo puede manifestarse en una Crítica Mediana, por supuesto. En una Mediática.
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En un Reino Mediano con una Crítica Mediana, suele ocurrir que la Contracrítica también sea mediana. Si aparece la frase: “La crítica está muy mal”, lo normal es que sólo pueda deducirse esta otra: “No reseñan lo que yo quiero como yo quiero”.
Lo inevitable cuando los críticos no pueden ofrecer más que expresiones de gusto –de un gusto mediano, claro– y cuando sus críticos, a su vez, no pueden oponer más que las expresiones contrarias.
Cuando ni unos ni otros, entonces, merecen un detenimiento, porque no tienen nada que proporcionar.
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(Te gustaría que esto fuese una viñeta de Miguel Brieva)
–¿Y qué es lo que hay por aquí?
–Pues mira, de todo. Puedes elegir entre: manuales para oposiciones de secundaria; fajines y contraportadas; repertorios bibliográficos; folletos editoriales; justificaciones de méritos académicos; ajustes de cuentas; y alabanzas varias. De todo, oye.
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Suele inquietarte que alguien introduzca valores en la conversación, pero ¿qué haces con la honestidad?
De otra forma: ¿en cuántos críticos puedes confiar?
¿Cuántos te permiten creer que no calculan su discurso en función de los rendimientos?
(Repasas y te salen siete. Con dos nunca estás de acuerdo.)
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Paradoja: la mediocridad se abre paso.
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La debilidad de la elección, la debilidad del juicio: la debilidad del lenguaje.
“Es como si todo se percibiera a través de un esquema de frases coaguladas” (Adorno)
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La señal del fracaso: que no se pueda descubrir, recuperar, obtener nada de una lectura. Que no se pueda esperar nada, de antemano.
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Voz y Salida: las dos reacciones habituales ante un sistema en crisis (Hirschman). Es decir, reevaluación o abandono.
Ante la crítica actual, es lógico que se den ambas, pero importa ver en qué manera desproporcionada: algunos escritores insisten en la primera; la masa de la industria, en la segunda.
Es una cuestión de economía, también de política: el mercado sabe que la crítica, en realidad, no le afecta, pero tampoco le aporta (un hábito innecesario, superado por el marketing); los grupos de comunicación tampoco la necesitan, aunque prefieren simularla para mantener una imagen (como los bancos con su obra social).
Entonces ¿por qué hay aún escritores que deciden permanecer, reclamar? ¿Porque comprenden la necesidad de la crítica, su manera de conectar y de situar, su constancia en la contravoz? ¿O porque desean el espacio de la crítica, desean esa posición que los afianza, que los beneficia a plazos?
La posibilidad de la crítica –de una crítica intensa, una crítica apartada de la actual, una crítica ajena al placer por lo Mediano– durará tanto como la posibilidad de esa diferencia.
Fruela Fernández
Fotografía de Fruela Fernández