Tendrá muchos problemas quien quiera determinar cuál es el género de La razón y otras dudas, el último libro de José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963). A primera vista parece un ensayo fragmentario, a lo que ayuda la inercia, porque eso fue el anterior libro en prosa de nuestro poeta, Soliloquios y divinanzas (Pre-Textos, 1998). No digo que el de ahora no lo sea, pero dentro de una tenue trama novelesca. Y no sólo: también tiene mucho de crítica literaria en la segunda parte, breitling replica y ramalazos de introspección, y algún microrrelato inolvidable, como éste, titulado “Un cuento gótico”: "Los muertos hablan. Pero por nuestra boca".
El libro, pues, tiene de todo, aunque sin salirse de los márgenes elásticos de la novela. Esos márgenes se estiran, pero no se rompen, y conviene recordarlo para disfrutar con sus aciertos estrictamente narrativos: la creación de personajes, la descripción de escenas, el hilillo argumental que nos lleva a través del laberinto... Esa estructura novelesca, además, no es un capricho. Se materializa en ella una diferencia esencial con respecto al anterior libro, que se llamaba, fíjense bien, Soliloquios. Cierto que allí se conversaba mucho con los maestros (Kierkegaard, J.R.J., Antonio Machado), pero siempre —como en un cuento gótico— por boca del autor. En La razón y otras dudas, se sale del cuarto atestado de libros y no por dar un paseo solitario: se asiste a una “Escuela Popular de Docta Ignorancia” que trae irremediablemente a la memoria las Misiones Pedagógicas.
Ocupan la obra las clases, los apuntes, don Juan Espectro, profesor de metafísica o, mejor dicho, de realidad, el señor Liendres, profesor de literatura, y el continuo debate intelectual entre alumnos y maestros. El planteamiento hunde sus raíces, por supuesto, en los Diálogos platónicos, pero también tiene algo de Bildungsroman o novela de aprendizaje, por no hablar de otros ecos, que van desde los aforismos juanramonianos de Ideolojía hasta El Quijote, al que se rinde un explícito homenaje en la escena del donoso escrutinio de la biblioteca. El autor apostilla y enriquece esos ecos, como cuando replica a Ludwig Wittgenstein: "De todo lo que se puede hablar, hay que hablar de una manera inteligible y clara. De todo lo que no se puede hablar, también hay que hablar".
Leyendo este libro es fácil recordar a T. S. Eliot y su idea de que un poeta no puede encerrarse en el oficio como podría hacerlo un sastre o un ingeniero. Siendo su materia el alma humana, está obligado, como nos recuerda la célebre frase de Terencio (“Homo sum et nihil humanum a me alienum puto”), a atenderlo todo. José Mateos no deja en evidencia ni a su colega inglés ni a su colega romano: tiene claro "que hasta con el fútbol debemos nosotros calentarnos la cabeza" y se la calienta, sobre todo, con los grandes temas de la humanidad.
Empieza por Dios. Yo, emulando a ese alumno desenvuelto y respondón que en el libro lleva el galdosiano nombre de Joaquín Metomentodo, me atreveré a levantar la mano. Creo que aquí el autor desconfía de la razón más que de las otras dudas. Quiere buscar a Dios exclusivamente entre la bruma, en la estela de las anteriores divinanzas y de su poema La niebla (Pre-Textos, 2003). Libra "una dura, furibunda batalla contra el escepticismo", pero sin esperar respuestas a ninguna de sus angustias. A la tradición y a la teología las aparta, como si deseara llegar a Dios sólo en soledad. No aparecen ni Aristóteles ni las pruebas tomistas ni la Iglesia Católica o ninguna otra, mientras se habla de “Nosotros, los cristianos neosocráticos”, de “Ejercicios de indecisión” o de la “Fe inteligente en la duda verdadera”. Así, los personajes del libro opinan que "Dios existe a veces y otras no", que "Aunque no creyera en Dios, sólo sé vivir como si creyera en Dios", y que "El deseo y la esperanza de Dios ya es Dios. Es más, la quintaesencia de todo lo que hemos deseado, eso, es Dios". Aunque muy interesante, yo no dejo de ver muy problemático a ese Dios intermitente, que a veces sí y otras menos, y al que en última instancia no queda más remedio que afirmar —"Líbrame de esta carga. Por favor, Dios, concédeme a mí también, como a tantos, no creer en Dios" — por la fuerza de unos pálpitos: "Lo invisible es…¡tan evidente!", o "Ya está bien por hoy, señores. Sé que la vida es eterna porque tiene instantes eternos. Nada más".
Aguzada la vista en la búsqueda de lo Absoluto, José Mateos vuelve sus ojos hacia los otros, y aconseja: "Pensad siempre que quien sufre es Dios, incluso a falta de Dios". Con ese punto de partida, en La razón y otras dudas se realizan muy finos análisis de las diversas agitaciones sociales (en línea con el antropólogo René Girard), y críticas muy sutiles e informadas a los problemas de nuestro tiempo y a las corrientes ideológicas más influyentes, como la progresía o, en la otra banda, el liberalismo económico de un Hayek.
No desatiende tampoco la psicología de cada hijo de vecino. Abundan las observaciones de gran valor moral… y de una perspicacia que asusta: "Las alabanzas dirigidas a otros cuesta poco decirlas, pero mucho escucharlas", "Mentir es someterse a los demás, incluso cuando se miente para someter a los demás", "El odio procura empeorar lo que odia. A quien odiamos no sólo le deseamos lo peor sino —lo que es peor— que se comporte aún peor" o "Si la felicidad de la que uno disfruta a lo largo de una vida dependiera de la felicidad que uno fue capaz de dar a los demás, al final (qué duda cabe) casi todos habríamos recibido más, mucho más de lo que merecemos".
Si un interés universal es básico para un poeta, la poesía a su vez se convierte en una herramienta imprescindible para mejorar el mundo. José Mateos sitúa la salvación de nuestra sociedad y de cada uno en la educación. Personalmente apuesta por la poesía con una fe firme, confesada por el señor Liendres: "Vosotros sabéis que siempre que traté de convencer a otros de que mi deber era apartarme de los programas oficiales para concentrarme en la enseñanza de la poesía, convencerlos de que la poesía era el fundamento de la educación del hombre, me contestaron que eso eran sólo monsergas y antiguallas. Menos aquí, en esta noble casa. Desde entonces, frente a otros géneros literarios de más éxito y rendimiento hoy, como la novela, que tiene la virtud, entre otras, de crear personajes, nuestra Escuela Popular de la Docta Ignorancia ha estimulado, apoyado y respaldado siempre el estudio de la poesía, que en cambio creo yo que tiene la virtud de crear personas".
La cita es larga, pero necesaria porque demuestra que en la cosmovisión de nuestro escritor no hay compartimentos estancos entre la metafísica, la política y la poética: "Por eso, el arte que no va más allá del arte, el arte de pura evasión, aparentemente inocente, es un aliado del mal. Porque su función es ocultar el mal". Conviene no perder esto de vista para cuando José Mateos nos hable de cuestiones de estricta técnica literaria. "Poesía no es algo que se dice sino la única manera de decirlo" y "todo aquello que se dice se transforma según la manera de decirlo". En consecuencia la rima, la inspiración, la métrica, la mala memoria, el conocimiento de la tradición serán, no asuntos especializados para escritores, sino imprescindibles instrumentos que afinan el espíritu.
No es extraño, por tanto, que la seriedad se le suba a los ojos cuando habla de crítica literaria. El señor Liendres, tratando de sacar adelante una vocación de entre sus alumnos, afirma: "Un buen crítico es algo tan necesario y, le diría más, algo tan raro como un buen poeta". Predicando con el ejemplo, José Mateos entra a fondo en los grandes asuntos de la literatura, que por serlo no dejan de estar relacionados con los debates abiertos en nuestra poesía de hoy, tales como el afán de la originalidad ("algunas [grandes figuras] fueron incomprendidas, pero no por novedosas sino por anticuadas. Y aducid nombres: desde Bécquer a Antonio Machado; desde Galdós a Borges"), el del nihilismo y la poesía llamada metafísica (en el fragmento titulado “Nocturna liricata española” que acaba: "Yo creo que estos poetas nihilistas partidarios de la vida viven más de lo que se piensan, quiero decir que, desde luego, viven más que piensan") o el de la confesionalidad en literatura ("Verdaderamente ningún artista nos cuenta su vida, porque nunca es él lo que cuenta"), entre otros.
De forma coherente con su exigente estética, la prosa roza la perfección. Descripciones de personajes y de escenas con unos pocos trazos certeros, adjetivaciones inmejorables (como esa fuente a la que un día lluvioso vuelve "innecesaria"), imágenes cargadas de sentido, un sabio uso moderado del juego de palabras (el rabillo del ojo por el que mira la envidia es el verdadero rabo del diablo, por ejemplo), sabrosos giros populares de vez en cuando o la intensa emoción del final hacen de La razón y otras dudas un libro que superaría el más puntilloso escrutinio de cualquier biblioteca. Como no es poesía, a uno le queda la duda de si ésta era la única manera de decirlo, pero siente que era la mejor, la más hermosa.
Enrique García-Máiquez
La razón y otras dudas. José Mateos. Pre-Textos, Valencia, 2007.