Hace un siglo nació Mario de Miranda Quintana y en veinte días terminará el año del centenario. Abel Feu ha decidido publicar una antología del autor, para traducir y ofrecer al uso y disfrute del respetable un poeta grande que sólo algunos habrán podido leer en la antología de poesía brasileña que preparó Ángel Crespo para Seix Barral en 1973. Puntos suspensivos, esta antología que llegará a las librerías en unos días, viene precedida por un prólogo de García-Máiquez que no es un prólogo. El poeta gaditano elude escribir sobre Quintana y a cambio transcribe, quitándose con tacto de en medio, la propia voz del poeta presentándose.
Es un procedimiento del todo justificado no sólo porque escribir sobre otros le pueda parecer a uno cada vez más aburrido y más obstáculo,bell & ross replica watches sino porque los aforismos de Quintana son extraordinarios. Como es costumbre, comencemos por el principio: “Nací en el rigor del invierno, temperatura: 1º; y, además, encima, prematuramente, lo que me tenía medio acomplejado, pues pensaba que no estaba entero. Hasta que descubrí que alguien tan completo como Winston Churchill fue prematuro –lo mismo le pasó a Sir Isaac Newton. Excusez du peu… Prefiero citar la opinión de otros sobre mí. Dicen que soy modesto. Todo lo contrario, soy tan orgulloso que nunca encuentro lo que escribí a mi altura. Porque la poesía es insatisfacción, un ansia de superación. Un poeta satisfecho no satisface. Dicen que soy tímido. Nada de eso, soy callado, introspectivo. No sé por qué ponen bajo tratamiento a los introspectivos. ¿Sólo porque no pueden ser pesados como los otros?”. Por completar su biografía con datos aburridos pero situacionales, debemos decir que Quintana nació en Alegrete (Rio Grande do Sul, Brasil) el 30 de julio de 1906 y murió en Porto Alegre en 1994. En 1940 publicó su primer poemario, Rua dos Cataventos, un impacto rotundo sobre el panorama poético de su país. Además de las obras en prosa (crónicas y aforismos) ha publicado poemarios importantes como Cançoes (1946), O Aprendiz de Feiticeiro (1950), Espelho Mágico (1951), Apontamentos de História Sobrenatural (1976), A Vaca e o Hipogrifo (1977), Baú de Espantos (1986) o Preparativos de Viagem (1987).
Los aforismos de Quintana son, ya digo, excepcionales y delinean la poética del brasileño. Para él, un poeta apenas se diferencia de un loco en la conciencia que tiene de serlo. Del mismo modo que el hombre es el único ser que va a morir y lo sabe, el poeta es el ser loco, loco de la locura lúcida y consciente. Es el ser humano que sabe que sólo en el verso podrá decir algunas cosas en algunos oídos dispuestos. “Hay ciertas cosas que no habría ocasión de colocar sensatamente en una conversación –y que sólo en un poema están en su lugar-. Debe ser por ese motivo que algunos de nosotros comenzamos, un día, a hacer versos. Un modo muy curioso de hablar solo, como se ve, pero el único modo de que ciertas cosas caigan en el oído correcto”. Y es aquella persona que en su proceso de escritura más tachará que publicará (“Y cualquier día de estos publico una edición de mis obras con la siguiente indicación: Nueva edición, corregida y disminuida”) y que tendrá en poco, lógicamente, las ansias/prisas/velocidades de publicación de finales del XX, la recreación estéril de la vivencia diaria, la esclavitud sumisa del que más escribe para contentar a otros que para explicarse él mismo. “Entonces, ¿qué ha de hacer el autor en la presencia del público? No preste atención. Finja que está solo. Acabe, de hecho, solo. Al público no le gusta nadie que esté ‘representando’, pero sí le gusta el que cree sorprender su verdadera intimidad. El hombre es el animal que espía al hombre […]. Sea usted su público, abstráigase del otro… Y si lo consigue, ¡valor! Porque es necesario no tener ninguna vanidad –y mucho orgullo- para satisfacer al más exigente de los públicos”.
En sus poemas también existe esta reflexión sobre su quehacer. Resulta que este tipo de autores que sienten su oficio y conocen cuál es su lugar en la marcha del hombre por estos mundos, no aceptan fácilmente zafarse de sus responsabilidades y a cada poco vuelven (o a cada mucho, pero vuelven) a la poética, a la intención, a la definición de su carácter. La poesía de Quintana es una poesía sencilla, profunda, certera, del sentido común y de la expresión clara. Un poeta que no de espaldas y como a sí mismo sino de frente y ligeramente inclinado hacia delante habla al lector y a la calle que escucha. Conocedor de su posición privilegiada (existen los poetas porque tienen la capacidad de llegar más y mejor) el poeta utiliza su visión, su imaginería fresca, para el divertimento del espectador concentrado. Me parece imaginería fresca que Quintana diga, por ejemplo, que “El tigre de la luz atisba por detrás de las persianas. / El viento lo olfatea todo. / En los muelles, las grúas –domesticados dinosaurios- / alzan la carga de este día”. Así lleva de la mano con el ritmo (qué bueno poder escucharle recitar sus versos, con la seda y el licor del brasileño y qué gran trabajo de traducción sobre los sonetos de Rua dos Cataventos) hacia la vivencia del verso agradable. Como en este “Operación Alma”:
Están los que materializan,
y tienen su importancia. Pero yo desmaterializo.
Subjetivizo objetos,
incluidas sonrisas,
como aquélla que tú me diste un día con el más puro
azul de tus ojos,
y no nos vimos más. (Lo cierto es que la gente no se ve
nunca más…) Entretanto tu sonrisa
hace mucho que forma parte de ciertos estados de cielo
y de ciertos momentos de serena, inexplicable alegría,
como un vuelo de un pájaro pone un gesto de adiós en
el paisaje,
como una curva del camino,
anónima,
se vuelve a veces el mejor recuerdo de una vuelta al mundo.
Dice Quintana en sus aforismos que el medio para conocer a un poeta no es ver qué dicen otros sobre él sino disponerse por segunda o por enésima vez a releerlo. En consecuencia, vuelva el lector a las citas, las cursivas y los versos de éste breve intento de prólogo si quiere realmente descubrir al poeta brasileño. Con ellas y una nota explícita del lugar donde se publica la antología (Sevilla, Editorial Los papeles del sitio) se habría hecho ya –como a tiempo descubrió García-Máiquez- la pertinente presentación del autor.
Javier García Clavel