Es uno de los grandes temas de debate actualmente: la digitalización masiva de libros que está llevando a cabo Google. Es tan de actualidad que ya aburre. De todas formas, Poesía Digital quería hincarle definitivamente el diente (una manera de decir adiós para siempre al debate) y estudiar con todos los datos en la mano el asunto. Y dictar sentencia. Por eso llamamos a Google un par de semanas antes de Liber (justo cuando los culturales estaban que trinaban con el asunto) para que nos dieran su versión. Y ellos nos dijeron: bien, ite ad Liber. Allí lo explicaremos todo. Eso hicimos.
Liber, un año más, abrió con una sonrisa a los editores,best replica watches que correspondían o no. Alguno nos dijo que no volvía, otros que era aburridísimo. Suponemos que habrá quien le saque partido, también entre los editores. En fin, el caso es que abrió sus puertas y uno de los platos fuertes (aparte de que venía Colombia invitada) era la mesa redonda caliente que iban a dar los directivos del programa de digitalización de Google para los editores españoles. Aquello prometía ser la inmolación comercial más sangrante de la historia del marketing. Con la que les estaba cayendo (un par de demandas en los juzgados y mucha cara de perro) era todo un reto acabar la sesión incólume. Poesía Digital fue sin armas. Con papel y bolígrafo, eso sí: queríamos información. Nuestras primeras conclusiones de la reunión –abarrotada, por cierto- fueron que estaba claro que Marco Marinucci, el director del programa para España e Iberoamérica, sabe hablar; que el director de Marketing de Google también se expresa con claridad y convincentemente; y que hay editores enfadados, pero que no dan razones de su enfado. Por ejemplo, se dijo que algo malo debía haber hecho Google cuando se ha levantado tal polvareda. Nos pareció una frase inteligente, pero no un argumento. Tampoco es un argumento decir que no existen los mundos perfectos y que por tanto la presunta panacea que vende Google no puede ser real. Las dos cosas se dijeron en la mesa redonda y constataron claramente que la gran valla que está teniendo que sortear Google para instalarse cómodamente en España no es que lo estén haciendo mal o que sean sospechosos, sino que, simple y llanamente falta información.
La gente no sabe qué quiere hacer Google exactamente. Ante lo turbio –lo poco claro- los desconfiados dan siempre un pasito atrás. Los editores suponemos que tienen que ser desconfiados de oficio, porque si no el día que menos esperas te monta la parda cualquiera. Si eso lo hubiera tenido en cuenta Google ya desde que lanzó el programa en USA en 2004 todo hubiera ido más rodado. Marinucci lo confesó: debimos haberlo explicado mejor. Hay editores que cuando les preguntamos en Liber sobre el asunto nos dijeron: ¿pero qué eso exactamente? La idea que flota en el ambiente es que quieren fotocopiar los libros sin pedirte permiso y luego enseñarlos por ahí a todo el mundo. Y claro, eso no le gusta a nadie. Pero es que no es eso. La operación de Google (“lo de la digitalización”) consiste en que esta empresa ha decidido digitalizar (o sea, escanear uno por uno) todos los libros posibles para que la gente pueda consultarlos en internet. No sabemos cómo va a conseguir tantos miles de jóvenes currantes, pero eso no es nuestro problema. El caso es que gracias a la digitalización uno va a poder ver de un click todas las veces que Alonso Quijano habla de “religión” o “fermosas damas” en el relato de sus andanzas. Vas a encontrar en cualquier libro –gracias al escáner- el mejor índice onomástico y el más completo realizado hasta la fecha. Eso es lo que se quiere lograr y eso es lo que más valoran algunos, como José Antonio Millán, por ejemplo. Hay más, porque, cuando estés trabajando sobre el libro, podrás averiguar fácilmente qué ediciones hay de ese libro y dónde se pueden comprar. Uno se puede preguntar: ya que todos los libros se digitalizan página y página, ¿se podrá leer entero el libro? Pues depende. En primer lugar depende de que quieras dejarte los ojos en la pantalla, porque es incomodísimo leer desde el PC (y desde el e-book también). Y en segundo lugar, depende de que el editor quiera y de que el autor quiera. De todo eso depende. Si las tres cosas se cumplen pues entonces sí, lo puedes leer entero. Si no, no. Te lo leas entero o no el caso es que con Google Books Search el libro se publicita, la editorial se publicita, el librero se publicita y Google, de esa manera tan extraña que algún día explicaremos con detalle, gana dinero.
Volviendo a Liber. Al final de la mesa redonda intervino Javier díaz de Olarte, del Centro Español de Derechos Reprográficos (Cedro), citando algunas leyes que era violentadas, presuntamente, por el proceso de digitalización. Marinucci respondió diciendo que no era abogado y que por tanto en lo jurídico prefería no entrar, aunque confiaba en sus juristas y, sobre todo, en la perspicacia de los editores que firman los contratos. Nos pareció una intervención interesante y por eso al día siguiente cogimos la tarjeta de Díaz de Olarte en el stand de Cedro para contactar con él. Nos llamó. Fue muy atento, muy cordial, y muy razonable en sus afirmaciones. Para él el caso es peliagudo porque se están leyendo y colgando en internet libros que tienen derechos, es decir, que sólo pueden reproducirse en un formato, en una cantidad y bajo el amparo de una marca. Reconoció que Google respetaba la cadena de cesiones de derechos en sus tratos con las editoriales. Ahora bien, dijo, el otro gran cauce de negocio son las bibliotecas. Y ahí es donde habría de aplicarse la lupa a conciencia. Porque si Google negocia directamente con los fondos de la biblioteca, ¿quién garantiza que no se escaneen y se ofrezcan completos al lector libros bajo derechos sin contar con el editor ni, muchísimo menos, el autor? Nadie. O mejor, la responsabilidad de cada cual. Díaz de Olarte dijo que él se fiaba de la fama de la Biblioteca de la Complutense. Esta Biblioteca había hecho público recientemente la cesión de sus fondos para la digitalización por Google. Independientemente de que uno deba fiarse o no del director de la segunda biblioteca de España, de las palabras de Díaz de Olarte podíamos sacar una conclusión: que el problema de la digitalización de Google que iba a hacer que se hundiera la industria del libro en este país se reduce a que el bibliotecario de turno sea responsable y señale con una cruz a Google los libros que no debe reproducir totalmente porque están bajo derechos de autor. Sólo a eso.
Nuestra indagación llega a su fin. De lo que se trataba era de ver si Google Books era tan problemático como decían algunos y la respuesta es que no, que en España no. Esta opinión la compartimos, felizmente, con otros profesionales del sector con los que nos hemos ido encontrando estos días (en papel o en persona). Kepa Murua, poeta y director de la editorial Bassarai, nos comentó en Liber que ya era hora de que editoriales y autores vieran las nuevas tecnologías como herramientas y no como enemigos. Que ya era hora de quitarse de encima el miedo ante lo desconocido y, con la prudencia que se supone a cualquier ser humano, utilizar los nuevos formatos. Otro poeta (y narrador), Andrés Neuman, escribía en el suplemento cultural Babelia que “da la impresión de que confundimos la novedad con la tragedia, las posibilidades con las obligaciones”. Y Ofelia Grande, directora de Siruela, declaraba para El Mundo esta semana que “hubo unos años en los que existían todo tipo de informes apocalípticos que hablaban del fin de los libros en aras de nuevos soportes. Pero sin embargo, comparto las otras teorías que hablan de que el libro no terminará sino que seguirá creciendo. Lo otro son soportes en sí mismos muy válidos para otro tipo de libros (básicamente los de consulta) que no tienen por qué competir con el libro tradicional y, sin embargo, sí pueden apoyarlo”. Son tres voces y seguro que hay más, porque Google no es otro emperador despiadado que quiera destrozar el sector editorial. Las librerías no están cerrando porque en internet se lean libros, sino porque casi nadie lee libros. Hacia allá tienen que ir los esfuerzos. Esa, creemos, es la verdadera batalla.
Javier García Clavel