Si a un estudiante de Literatura Comparada le mostramos un balón de fútbol al que se le ha colocado una peineta, el estudiante debería declarar que se encuentra ante un poema o, mejor dicho, ante un poema visual. Sin embargo, si le presentamos este balón folclórico a alguien que no ha oído hablar en su vida de Joan Brossa, nunca se le ocurrirá pensar que está ante un poema por muy visual que sea. Y es que la sociedad lleva muchos siglos asimilando una serie de convenciones o fronteras que le permiten decir esto es danza y esto pintura, esto teatro y esto poesía; y en lo referente al famoso poema visual “País”, al receptor le falta lo que indefectiblemente necesita para calificar a algo de poesía: las palabras (palabras que, en realidad, aquí sí estarían presentes, pero sólo en el título, por otra parte imprescindible para el funcionamiento del poema).
Desde la Poética de Aristóteles los géneros artísticos se han definido a sí mismos en función de sus medios y de sus materiales, y el público se ha acostumbrado a eso, así como los creadores muchas veces también se han agarrado a eso. A pesar de lo cual, desde el mismo origen de las artes, los filósofos, los creadores y el público se han encontrado ante obras cuya materialidad era difícil de aislar, géneros mixtos como el teatro que siempre ha traído de cabeza a los teóricos por encontrarse a medio camino entre el verso escrito y la danza inefable de la representación, lo permanente y lo efímero. Esa mixtura de géneros abordada conscientemente dio lugar a la pretensión de obra de arte total que Wagner intentó para la ópera, y durante todo el siglo XX a la experimentación interartística: la plasticidad, la música y la letra se han remezclado, se han intercambiado sus significantes y han llegado a desaparecer dejándonos como único medio de identificación posible el nombre que cada autor o crítico le haya asignado a su obra. Es decir, que si dejamos aparte toda la evolución artística y la investigación de Brossa y tomamos la obra autónoma, exenta, a “España” lo único que la convierte en poema es que se le llame poema.
El hecho es que por mucho que los teóricos intenten afinar al máximo o al mínimo en su sintonización del límite entre los procedimientos de la poesía y los de la poesía visual nunca van a conseguir aislar un arte que se basa precisamente en el contrabando de procedimientos. Y, llegado el caso, para cualquier arte, esto tampoco otorgaría una atribución artística, puesto que, como argumentó Jackobson en su famosa conferencia en el congreso de Indiana de 1958, la función poética también está presente en la comunicación cotidiana y los procedimientos poéticos son utilizados también por otros discursos como el publicitario, de manera que no existe ninguna diferencia formal entre ambos tipos de discurso. Parece que ya no sólo es que en ocasiones nos cueste distinguir unas artes de otras, sino que tampoco tenemos muy claro lo que sería arte y lo que no. La diferencia estaría, según Jackobson, en la finalidad; pero eso nos lleva de cabeza al problema de la producción y la recepción que Kant aparcó en el callejón sin salida del juicio estético.
Hoy día, sin embargo, cualquiera convendrá en situar la definición de la artisticidad en un problema de circuito o canal. Hasta aquí nada nuevo, ya lo dijo hace muchos años, incluso muchos años antes que Jackobson, y en un lenguaje muy distinto, Marcel Duchamp cuando colocó un urinario normal y corriente en la sala de exposiciones de un museo. Corría el año de 1917. Desde entonces parece claro que el arte es una cuestión de circuito, y el que se mueva no sale en la foto.
Tampoco hay que simplificar: la delimitación de lo artístico a lo que circula por los “medios” dispuestos para tal fin lo que en realidad implica es el funcionamiento de una serie de mecanismos sociales de prestigio, mercado y política a los que les interesa dominar la manifestación y la forma del espacio público en su vinculación con lo artístico y viceversa. Es un amor correspondido.
Eso no quita que un objeto o manifestación artística lo suficientemente convencional sea así reconocido sin necesidad de precisar un marco. Los géneros históricos, como pueda ser una canción, no necesitan más que de sí mismos para ser identificados como arte. En estos casos lo que se juzgará normalmente es el grado de artisticidad, el intento mejor o peor. En cambio, las formas artísticas que participan voluntariamente de la indeterminación y la mixtura no suelen disfrutar de tal privilegio, teniendo que recurrir a autolegitimarse constantemente.
El cine es un ejemplo fascinante que aglutina en sí todas las manifestaciones artísticas anteriores (probablemente el sueño de Wagner) gracias a un nuevo soporte tecnológico. Es el mejor ejemplo del nacimiento de un arte nuevo a partir de la implicación de todas las artes anteriores y posibilitado por la innovación tecnológica, por la creación de un nuevo soporte, un nuevo espacio, unas nuevas leyes, conceptos… y, por supuesto, la creación de un mercado o circuito, además de una industria a nivel mundial sin precedentes y sin la cual sería imposible concebirlo. En cambio, las otras nuevas artes, surgidas a partir de la segunda mitad del siglo XX, están supeditadas a mercados específicos o de élite y circuitos muy restringidos o marginales. En el ámbito de las artes plásticas se ha llegado a otra forma de fusión total: la instalación. Y en el de las artes escénicas a la performance. Y el caso es que hoy día los artistas, desde diferentes posicionamientos, suelen apropiarse de los logros de la performance o la instalación en actuaciones que muchas veces atentan precisamente contra los canales y circuitos establecidos para la circulación del arte, situándose en vías totalmente extrañas como, por ejemplo, un recorrido turístico, carteles publicitarios o la alteración de cualquier otro espacio público.
Lo que posibilita la aparición de un nuevo tipo de arte es un nuevo medio técnico y un nuevo circuito. Hoy estamos justamente en esa situación. Internet supone un nuevo espacio. El dominio de las técnicas audiovisuales, el tratamiento informático de la imagen o el funcionamiento de la red como mapa cognoscitivo darán como fruto nuevas formas de entender la vida y el arte del ser humano. Es un hecho.
Quien quiera disfrutar de los ciberpoemas y hacerse una idea de lo que va el nuevo arte no tiene más que pinchar.
Jorge Díaz Martínez (Córdoba, 1977) es autor de los libros de poesía La piel de la memoria (Visor), Cómplices (Cuadernos del laurel) y Almizcle y tabaco (Pre-textos).