Siempre he estado alerta cuando me han recomendado la lectura de algún poeta hispanoamericano, por más que la recomendación viniera de amigos o de poetas estimados. Esta actitud viene justificada por la dificultad que he tenido al enfrentarme a la lectura de poemas, a veces localistas, a veces excesivamente ornamentales, de autores que por haber ejercido de criollos profesionales han establecido una barrera, en ocasiones insalvable, para los lectores de la península. De ahí que cuando, cuatro años atrás, el poeta Rafael Adolfo Téllez me sugirió la lectura de poetas del otro lado del charco, no hice ninguna excepción y filtré sus recomendaciones.
A juicio de Téllez, y al mío propio, hay poetas hispanos poco tenidos en cuenta por los circuitos poéticos españoles de los últimos veinte años –tan redundantes e inundados de líricas tribales. Me refiero a poetas que, sin renunciar a su procedencia, han construido obras esenciales y consolidadas, que transcienden el ámbito de su propio país de origen. Es el caso, entre otros, del venezolano Eugenio Montejo, del colombiano Aurelio Arturo o del cubano Eliseo Diego.
Hablar de Eliseo Diego (La Habana, 1920- Méjico, 1994) en unas pocas líneas resulta una tarea compleja, sobre todo porque estamos ante un autor con una variada obra. No trataremos aquí, por tanto, de su faceta como cuentista o ensayista –tan importantes en su producción literaria- y aunque la totalidad de su obra conforma una unidad, nos centraremos en su vocación poética, reflejada en poemas centrales en la lírica de habla hispana.
No era Eliseo el prototipo de cubano, alegre y vitalista, al menos como entendemos el carácter de este pueblo. Era, en palabras de su hija Josefina un hombre más bien callado (...) No es que fuera introvertido, aunque de niño era solitario y reservado (...) Alguien pudiera pensar que papá no era un cubano "clásico", pero sí, en la esencia de lo que quiere decir ser cubano, lo era. Este carácter determina su manera de escribir: su ser cubano y su interés por la literatura universal –la inglesa y la nórdica, especialmente- imprimen a su obra de una integridad que trasciende su origen caribeño. Eliseo Diego, aprovecha la tradición de la mayor de las Antillas –Martí, Guillén, Lezama...- pero se cultiva en la literatura de Andersen, Bradbury, Mansfield, o Wolfe.
Pertenece a esa estirpe de poetas, como es el caso de Cernuda, para los que la literatura foránea completa la tradición que cada cual hereda. Es Cernuda el poeta español del siglo XX que más influye en la producción literaria del grupo Orígenes, sobre todo en el tono reflexivo y en la concepción sagrada de la poesía. Sin embargo es en este aspecto donde Eliseo Diego se distancia con el poeta sevillano: su concepción de lo sagrado procede del cristianismo, herencia sin duda del gran adalid de Orígenes: Lezama Lima. La palabra habitada por la eternidad: esta idea recorre toda su obra.
Uno de sus principales poemas, "Nombrar las cosas", expresa la vivencia que el poeta tiene de la fragilidad de las cosas: todo está pendiente de un hilo, apenas sustentado tras el paso del tiempo y surge la necesidad de darles nombre para poder salvarlas:
Y nombraré las cosas, tan despacio
que cuando pierda el Paraíso de mi calle
y mis olvidos me la vuelvan sueño,
pueda llamarlas de pronto con el alba.
Las cosas, los seres, son el tema principal de la poesía de Eliseo: los mira con mirada de poeta. Como bien dice Roberto Fernández Retamar, estos temas, y el tratamiento dado a ellos, adquieren sentido especial por el contenido que anima los poemas de Diego: su amor hacia los seres -especialmente los humildes, los pobres, el polvo-, su deleite por la fábula, por el misterio que salta de la realidad, son en él claras muestras de una actitud religiosa, que ve en cuanto nos rodea cifras de lo inefable y natural sitio de la maravilla. También su más que amigo y compañero de generación Cintio Vitier logró distinguir sus tres símbolos fundamentales, pertenecientes en diversas jerarquías al orbe de lo que se edifica, de lo arquitectural católico (…): la piedra, la penumbra y el polvo. Con frecuencia sus poemas están llenos de portales, magros jardincillos, bosques, puertas, columnas que conforman un mundo siempre habitado y siempre fabuloso ante la mirada del poeta sorprendido siempre como un niño. Y todo inundado, en palabras de Lezama, de una claridad hechizada. Resulta que todo este mundo es su propia casa, su propia calle y otros lugares tan cercanos y por ello no menos asombrosos como dejó escrito en "Inventario de asombros":
En esta extraña calle donde vivo,
esta increíble calle de otra parte,
quién habita esa casa que es la mía
y entrando por la puerta grande y ocre
me deja fuera de mí, que soy él mismo,
temblando como un niño ante la entrada.
Esta visión del mundo, que valora lo aparentemente más insignificante, tiene vital importancia para el ser humano y es motivo de agradecimiento. Eliseo entra a formar parte de esa nómina de escritores –G. M Hopkins, Claudio Rodríguez o el mexicano J. A. Peñalosa- cuya poética es cantar lo pequeño porque ahí reside toda la creación. El poeta J. J. Cabanillas, a propósito de una traducción de El naufragio del Deutschland de Hopkins, escribió: Hopkins nos señala el vigor maravilloso y descarado de cada ser aupándose de puntillas en su mismidad (....) En este paisajismo creo ver fragmentos de Cernuda o Claudio Rodríguez. Y dice Eliseo:
He visto caer las hojas del ansioso Noviembre
con la belleza oscura de un gesto irreparable.
Y en cada hoja he visto caer el peso leve
de todo lo creado.
Candidato en varias ocasiones al premio Cervantes, Eliseo Diego se hizo merecedor del Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo en el año 1993, el premio más importante de literatura de cuantos se conceden en la América de habla española. Fue hombre sencillo al que gustaba disfrutar de la familia y de los amigos. Querido siempre, y a pesar de sus desánimos –padecía frecuentes depresiones- demostró en sus versos una poesía vigorosa y vitalista, de esa parte de la vida que es desolación pero también esperanza.
A caballo entre el mundo y lo que vendrá después –entre el tiempo y la eternidad- sus versos son hermanos de los de su amigo y maestro Lezama Lima. A él dedicó estos versos que muy bien pudieran resumir la poética de ambos cubanos:
José riéndose, su vaso
junto a la sapientísima nariz
capaz de discernir
el olor de lo eterno
en el breve grosor de la cerveza.
Pablo Moreno Prieto*
*Pablo Moreno Prieto es poeta. Su libro Clara contraseña fue accésit del Premio Luis Cernuda en 2002. Ha sido recogido en la Antología de Poesía Joven sevillana La búsqueda y la espera (Kronos, 2001) y en Los cuarenta principales (Renacimiento, 2002).
Libros de Eliseo Diego disponibles en España:
La sed de lo perdido (Antología poética), Siruela, Madrid, 1993.
Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña, Visor, Madrid, 2000.