Versos de ida y vuelta (2003) aparece después de Alas de mariposa (2002), avalado por el premio del III Certamen César Simón de poesía. La joven autora divide la obra en tres partes (“Versos de ida”, “Aforismos del viajero”, “Versos de vuelta”), con unos poemas, algunos brevísimos -de tan sólo dos versos-, que nacen del inconformismo y la resignación, con ese tono de seguridad que da tener la lección bien aprendida o que obliga el temblor de saberse al borde de un abismo.
Los poemas de la sección “Versos de ida” apuntan las distintas maneras que tiene la “falsedad” de manifestarse en la vida. Más allá de considerarla un simple rol o papel adquirido, la autora la presenta como algo casi esencial a nuestro ser personas; falsedad de la que resulta difícil escapar y que Galán considera la verdadera causante del mal de la soledad que a todos nos afecta: “La soledad es este no reconocerse / a cá-ma-ra len-ta”. Versos estos de denuncia (“Siempre lo mismo / -las telarañas-”), de reclamo de la autenticidad, que enseñan y señalan el camino para encontrarla, o más bien, dónde no encontrarla, porque como se nos deja claro desde el principio: “la soledad también tiene distintos nombres”.
En “Aforismos del viajero” Yasmina Galán hace escala en la obra de otros escritores (Freud, Cortázar, Borges…) que le sirven de “argumento de autoridad”, y donde encuentra eco tanto su concepción estética de la vida como su poética personal. Poemas en los que se incoa el anhelo de conocimiento de
“Versos de vuelta”, por su parte, se podría dividir en dos grupos de poemas, aunque no exclusivos, atendiendo a su naturaleza temática. El primero de ellos lo forman poemas de carácter eminentemente autobiográficos: “A mi madre”, “Los cajones saben del olvido”, “Sonríes a solas”…, en que se da cabida a sentimientos de reproche (“Guardo en la memoria / todos los encuentros / que no tuvimos”), de disculpa (“Te pido perdón / por esta obsesión de lo abstracto”) o de cierta resignación (“Soy una niña / a la que los años le sobran, / a la que los años le sangran”). En el segundo grupo Galán vuelve al tono reflexivo predominante de toda la obra, intensificando la identificación vida-muerte, muy en la línea del estoicismo de la lírica española renacentista y barroca, así como la aceptación del hecho de que la vida también nos tiene reservados momentos dignos de ser disfrutados (“Nos sobran los motivos / para este encuentro”), momentos por los que merece la pena olvidarse de crudas realidades que acabarían empañándolos: “No quiero saber de verdades, / el carnaval de la vida / me es propio.”
Yasmina Galán ha escrito un libro de los que el panorama poético español no nos tiene acostumbrados, un poemario que pregunta por el ser de la persona, ajeno a banalidades y al ornato verbal, con una mirada audaz empeñada en desenmascarar el escenario de mentiras que nos presenta los gestos más cotidianos. Tal vez el tono reflexivo dominante merme la fluidez expresiva y la sencillez de la dicción, y vaya en perjuicio de una clara comprensión de sus versos. Los poemas más conseguidos de hecho son aquellos en los que la emoción sostiene y levanta la expresión. Igualmente convendría evitar el verso final de carácter sentencioso con que cierra algunos poemas. Si es necesario dicho verso para hacer explícito algo que está contenido en el resto del poema, posiblemente el poema no funcione como tal, y si funciona, no hace falta añadirlo.
José Manuel Pons