Una mirada sobre Luis Rosales
En el centenario de su nacimiento

Se celebra este año el centenario del nacimiento de Luis Rosales, uno de los más grandes poetas de la lengua española, autor perteneciente a la llamada Generación del 36, de la que fue su máximo exponente y defensor; aunque la obra de Rosales no puede encasillarse en un marco histórico y cultural tan reducido, ya que el ejercicio de su escritura no se ha interrumpido jamás, es más, se ha revitalizado con los años y en los albores de este nuestro siglo XXI continúa vigente, y sigue siendo imprescindible. En cada etapa de su vida y en sus libros más significativos —
Abril, El contenido del corazón,best replica watches La casa encendida, Diario de una resurrección o
La carta entera—, el crecimiento de la palabra poética y la actualización de su poesía han sido una aspiración irrenunciable; poesía que jamás se desprendió de su lado humanista y en la que habían de tener cabida todos los problemas del hombre de su tiempo; una "poesía total" que venía buscando desde 1949 y que logra su máxima expresión en sus últimas obras.
Al merecido homenaje que se le está tributando este año con exposiciones, congresos, reediciones de sus libros y nuevas y novedosas aproximaciones a su obra, hay que sumar el de cientos de jóvenes que se han acercado por primera vez a su poesía
Al merecido homenaje que se le está tributando este año con exposiciones, congresos, reediciones de sus libros y nuevas y novedosas aproximaciones a su obra, hay que sumar el de cientos de jóvenes que se han acercado por primera vez a su poesía. "Hay que leer a Rosales", he oído recomendar entusiasmados a muchos de sus nuevos lectores. Porque leer a Rosales, "grave poeta, exacto definidor, señor de idioma", como lo definió Neruda, es un placer y un continuo deslumbramiento.
Perteneció Rosales a ese grupo de escritores granadinos cuyos nombres siempre serán asociados a los de su ciudad natal: Fray Luis de Granada, Pedro Antonio de Alarcón, Ángel Ganivet, García Lorca… "Me gusta recordar que he nacido en Granada", escribe el poeta en
Un rostro en cada ola. Este representante del "serio alegre" al que pertenecen la mitad de los andaluces, fue uno de los más grandes conversadores que he conocido, y siempre conservó su gracejo y su ceceo granadino; tras sus grandes gafas de concha se traslucía una mirada risueña, casi burlona, penetrante y meditativa a la vez. Decía Umbral que Rosales tenía "unos ojos azules de león con los ojos azules".
En aquel Madrid bullicioso en el que coinciden, y conviven, tres prodigiosas generaciones, Rosales estudió mucho y estudió bien; en esos años se fragua su devoción por el Barroco y el rigor que guiaría sus ensayos
La afición de Rosales por la poesía fue tardía —la consideraba una actividad "poco varonil"—, pero desde niño fue un gran lector. Su "presentación literaria" tuvo lugar en el
Centro Artístico de Granada (12.3.1930), con una lectura poética que tuvo cierta repercusión. Gracias a esa lectura conoció a Joaquín Amigo, y a través de él a García Lorca, ambos de gran influencia en su vida. En Granada estudió dos cursos de Derecho e inició la carrera de Letras, que continuaría en Madrid, a donde se traslada en 1932 para abrirse camino en la literatura; deja atrás la seguridad del negocio familiar, la carrera de Derecho y a su primera novia, la granadina Carmen Hernández, la musa de "Oraciones de Abril". En la universidad madrileña, "la mejor de Europa por aquellos años" según nuestro autor, enseñaba entonces un plantel de maestros que con el tiempo adquirirían fama internacional: Ortega, García Morente, Américo Castro, Zubiri, Menéndez Pidal, Salinas, Fernández Ramírez, con quienes Rosales tendría después amistad y frecuencia de trato. Entre sus condiscípulos, Luis Felipe Vivanco, Juan Panero y Dolores Monereo, el gran amor de su juventud; después llegarían Leopoldo Panero, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Antonio Machado y Juan Ramón. Gracias al apoyo de Federico, de Guillén, de Bergamín se le abrieron las puertas de
Los cuatro vientos y de
Cruz y Raya, las revistas más emblemáticas de la generación del 27, donde publicó la "Égloga de la soledad" y un comentario a
La voz a ti debida de Pedro Salinas.
En aquel Madrid bullicioso en el que coinciden, y conviven, tres prodigiosas generaciones, Rosales estudió mucho y estudió bien; en esos años se fragua su devoción por el Barroco y el rigor que guiaría sus ensayos. Da a la imprenta
Abril (1935), su primer libro de poesía, que irrumpió en el panorama literario con una voz nueva, poderosa, de gran brillantez formal; un libro de poesía amorosa, cargado de sentimiento y de hondura, en el que confluyen experiencias biográficas muy diversas; resume y hace suyo lo mejor de la poesía del 27 junto a los logros del 98 y las aspiraciones de su propia generación; refleja todo lo que en la poesía española estaba en pugna en aquellos momentos: rehumanización, clasicismo, neorromanticismo, y elementos vanguardistas. El poeta ha defendido desde entonces que la expresión poética personal "sólo puede lograrse partiendo de la expresión colectiva" y que en todo gran poeta se da una condición resumidora. Ese es su "mundo poético", un concepto que desarrollará en dos importantes ensayos:
Leopoldo Panero, hacia un nuevo humanismo (1965) y
La poesía de Neruda (1978).
La Guerra Civil vendría a truncar la vida y la obra de muchos jóvenes que habían compartido amistad e inquietudes literarias. Para el gran público, el nombre de Luis Rosales irá asociado al de los últimos días de García Lorca; ambos se encontraban en Granada en los días anteriores a la sublevación y Federico, atemorizado por las amenazas de que había sido objeto en su domicilio, se había refugiado en casa de su amigo Luis
La Guerra Civil vendría a truncar la vida y la obra de muchos jóvenes que habían compartido amistad e inquietudes literarias. Para el gran público, el nombre de Luis Rosales irá asociado al de los últimos días de García Lorca; ambos se encontraban en Granada en los días anteriores a la sublevación y Federico, atemorizado por las amenazas de que había sido objeto en su domicilio, se había refugiado en casa de su amigo Luis, confiando en que la militancia falangista de algunos de los hermanos Rosales le protegería. Contra todo pronóstico fue detenido el 16 de agosto por Ramón Ruiz Alonso (ex diputado de la CEDA enfrentado con la Falange granadina), sin que los Rosales consiguieran liberarlo ni evitar su fusilamiento. La "implicación" del poeta en esos acontecimientos ha sido amplia y rigurosamente documentada, demostrándose no sólo su inocencia, sino las graves consecuencias que pudo acarrearle su arrojada defensa de Federico; fue condenado a muerte, y sólo la providencial llegada a Granada de Narciso Perales (cuya autoridad nadie discutía por ostentar la Palma de Plata, máxima condecoración de la Falange) y una fuerte suma satisfecha por su padre, le salvaron de ser fusilado. Días más tarde Joaquín Amigo murió asesinado por los republicanos, que lo arrojaron por el Tajo de Ronda.
La tragedia vivida por Rosales en esos años, la pérdida de sus amigos más cercanos, la sinrazón de la contienda, fueron una "llaga sangrante" que nunca se llegó a cerrar porque la calumnia no cesa nunca en su empeño destructor. No en vano lo que marca la diferencia fundamental entre los poemas compuestos durante la guerra (los
Poemas de la muerte contigua y en especial "La voz de los muertos") y los que, inspirados en ella o utilizados como ingrediente biográfico ha escrito en sus últimos años, es el escepticismo, la descreencia política y el tono vital desengañado.
Terminada la guerra, los escritores españoles tratan de recomponer lo que había sido la vida literaria antes de 1936; se crean nuevas revistas, se reanudan las tertulias, y se intenta recuperar una "normalidad" que haga posible la vida cultural. En 1940 apareció
Escorial, la revista más importante de esos años, que nació con vocación de "contrarrestar el clima de intolerancia intelectual desatado tras la contienda" (Ridruejo); Luis Rosales actuó como Secretario desde 1941 a 1950, abriéndola a las manifestaciones culturales del extranjero y dotándola de un tono cada vez más literario. En
Escorial publicó el
Retablo Sacro del Nacimiento del Señor (1940), con el que culmina la línea de religiosidad que había iniciado en
Abril.
Durante los años que van desde la publicación del
Retablo (1940) a
La casa encendida (1949), Rosales se refugia en el estudio y el ensayo; como escribió Neruda, "se recupera en silencio y en palabra", dando a la imprenta importantes trabajos eruditos; la renovación del lenguaje poético que va a llevar a cabo no habría sido posible sin estos largos periodos de estudio y reflexión. Escribe la
Poesía del conde de Salinas (núcleo de su tesis doctoral), y publica
Poesía y verdad (1940),
Algunas consideraciones sobre el lenguaje (1947)
Algunas reflexiones sobre la sátira bajo el reinado de los últimos Austrias (1944) y
La alianza anglo española en el año 1623 (1945), así como las antologías de
B. Gracián (1942),
Á. Ganivet (1943) y
Poesía de Juan de Tassis, conde de Villamediana (1944).
La guerra civil y poco después la muerte de sus padres (
replica watches en 1941 con sólo 5 días de diferencia), fueron las experiencias más dramáticas vividas por el poeta. A la memoria de su madre dedicará
El contenido del corazón
La guerra civil y poco después la muerte de sus padres (en 1941 con sólo 5 días de diferencia), fueron las experiencias más dramáticas vividas por el poeta. A la memoria de su madre dedicará
El contenido del corazón (1969) cuya primera versión inconclusa se publicó en dos entregas en
Escorial (1941 y 1942). Por su parte
La casa encendida (1949), que fue una interrupción de
El contenido del corazón, se la dedicará a su futura esposa, María Fouz, con quien contrae matrimonio en 1951, fijando su domicilio en Altamirano 14, la
“casa encendida" del poema del mismo nombre. Un año más tarde nacerá Luis Cristóbal, su único hijo. Estas dos obras representan su etapa de madurez y en ellas se entronca la mayor parte de su producción posterior.
La casa encendida es una de las mejores obras de la poesía española contemporánea; es un poema escrito en una semana en la que trabajó, a decir de Pablo Antonio Cuadra, "como un poseído de las musas", donde llevará a cabo la idea primitiva de
El contenido del corazón: una obra dividida en tres partes dedicadas a la amistad, el amor y la familia.
La casa es el espacio poético en el que se reúnen todos los componentes del corazón: los recuerdos de la juventud, su niñez granadina, el entorno familiar, la aparición de la amada, que van iluminando las estancias y el corazón del poeta en un largo poema que discurre entre visión onírica y realidad. Rosales con
La casa encendida (1949) y Neruda con el
Canto general (1950) serán los artífices de esa nueva concepción del poema épico-lírico que había anticipado Vallejo en
España, aparta de mi este cáliz.
El año 1949 fue un año clave para la generación del 36; junto a
La casa encendida aparecieron
Escrito a cada instante de Leopoldo Panero,
Continuación a la vida de L. F. Vivanco y
La espera de José María Valverde. Tras una breve y polémica relación con la revista leonesa
Espadaña, desde cuyas páginas lanzan el Manifiesto de la "poesía total", Rosales inicia su colaboración con el Instituto de Cultura Hispánica organizando en
Cuadernos Hispanoamericanos un número de homenaje a Antonio Machado que fue una especie de presentación oficial del grupo y una valiente toma de posición. Rosales sería Subdirector de
Cuadernos (1949-1953) y después Director (1953-1965).
Fue un firme impulsor de las relaciones entre los escritores de España y América, huéspedes de aquella "casa encendida" de la calle Altamirano donde solían aparecerse "todos los poetas, a través de los años, desde los más lejanos países del idioma"
El interés del poeta por América se manifestó desde época muy temprana, pues todavía estando en Granada, en 1931, intervino en un acto del
Centro Artístico con dos comentarios críticos sobre el
Romancero de Leopoldo Lugones y las obras de Torres Bodet; tanto desde
Cuadernos Hispanoamericanos como desde la Dirección de Actividades Culturales y Artísticas del Instituto, puesto que desempeñó desde 1973 hasta su jubilación, fue un firme impulsor de las relaciones entre los escritores de España y América, huéspedes de aquella "casa encendida" de la calle Altamirano donde solían aparecerse "todos los poetas, a través de los años, desde los más lejanos países del idioma" (J. Coronel Urtecho). De Neruda a Borges, de Pablo A. Cuadra a Rojas Herazo, de Onetti a Paz, de Coronel Urtecho a Rulfo, de Sábato a Ernesto Cardenal, su apoyo a los escritores de Iberoamérica fue decisivo para su introducción y consagración en España.
Decisiva fue también en esta su vocación americanista la llamada "embajada poética", un viaje organizado desde el Instituto de Cultura Hispánica en el que participaron junto a Rosales Agustín de Foxá, Leopoldo Panero y Antonio de Zubiaurre; se llevó a cabo a fines de 1949 y se extendió hasta el 8 de marzo de 1950, meses en los que visitaron Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, Venezuela, Colombia, Panamá, Costa Rica, Honduras, Nicaragua y México, difundiendo lo mejor de nuestra poesía, estrechando lazos de amistad con los poetas de Hispanoamérica y entrevistándose con los exiliados españoles que vivían en esos países, que en general los recibieron con emoción y entusiasmo, aunque más de una vez hubieron de soportar injustas acusaciones. Desde el punto de vista literario este viaje tiene el indudable interés de ser la fuente principal de la última entrega poética de
La carta entera, "Oigo el silencio universal del miedo", y de la inacabada
Nueva York después de muerto.
Tras la publicación de
La casa encendida, y con la excepción de
Rimas (1951), la creación poética de Luis Rosales se interrumpió durante casi dos décadas para dar paso a ensayos literarios de gran envergadura. Presenta su Tesis Doctoral sobre
La obra poética del conde de Salinas, en un intento por conseguir una cátedra que nunca llegó, privándose con ello la universidad española del que habría sido un magnífico profesor; magisterio reconocido a ambos lados del Atlántico, y que quedó plasmado en el afectuoso y respetuoso apodo de "maestro" con el que se dirigían o referían al poeta. Escribe
Cervantes y la libertad (1960) —uno de los pocos libros de pensamiento del siglo XX—,
El sentimiento del desengaño en la poesía barroca (1966),
Pasión y muerte del conde de Villamediana (1969),
Antología de la poesía española del Siglo de Oro (1970),
La imaginación configurante (1971),
Teoría de la libertad (1972) y
Lírica española (1972), que obtuvo el Premio Nacional de Ensayo. No cabe duda de que si Rosales no fuera "el poeta" por antonomasia, aparecería en los manuales entre los grandes ensayistas de nuestra lengua. O visto desde otra perspectiva, podría ser considerado un erudito cuyos ensayos se interrumpen esporádicamente para crear poemas insólitos e innovadores.
No cabe duda de que si Rosales no fuera "el poeta" por antonomasia, aparecería en los manuales entre los grandes ensayistas de nuestra lengua
En la década de los 70 asistimos a un renovado y entusiasta retorno a la poesía. Aparecen
Segundo Abril (1972)
Canciones (1973),
Como el corte hace sangre (1974),
Las puertas comunicantes (1976) y
Pintura escrita (1978). La revista
Cuadernos Hispanoamericanos le dedica un número de homenaje (1972). Publica
Diario de una resurrección (1979), quizás la obra más significativa de este periodo, y también otra importante contribución al ensayo literario:
La poesía de Neruda (1974), que fue el prólogo a la primera edición que se hizo en España de las obras del escritor chileno, un estudio de gran profundidad y finura en el que el análisis poético se mezcla con los recuerdos del poeta, al que había conocido en 1935 en Madrid, amistad que mantuvieron hasta el final de su vida. Entre 1965-1971 dirige el
Gran Diccionario Enciclopédico Ilustrado de Selecciones del Reader´s Digest y la revista
Nueva Estafeta (1978-1983), uno de los escasos ámbitos de convivencia y pluralidad que existieron en la España de la transición.
Su última obra poética,
La carta entera, representa la expresión más lograda de su concepto de "poesía total", una poesía integradora que borre las fronteras entre los géneros literarios, en la que tengan cabida todas las artes de su tiempo, actualizándolas, dándoles nueva vida, nuevo poder creador. Es en cierto modo su testamento poético, un ciclo autobiográfico de larga gestación (tardó más de treinta años en dar esta obra a la imprenta), "para no olvidar nada, para no dejar fuera a nadie".
La carta entera es otra casa encendida dentro de la cual caben todos los problemas del hombre actual: el exilio, la gran ciudad, la impersonalización, la desigualdad, la impotencia, el absurdo …; es una casa encendida más amplia, que en vez de ser la transmutación del poeta en
la casa es la transmutación del hombre con su mundo. Es, en definitiva, una poesía de más arraigo universal. Llegó a publicar tres de las cuatro entregas previstas:
La Almadraba (1980),
Un rostro en cada ola (1982) y
Oigo el silencio universal del miedo (1984). Se le quedó entre las manos
Nueva York después de muerto, todavía inédita, el anunciado homenaje a su amigo Federico.
Esta rápida mirada sobre la biografía poética rosaliana no sería completa sin recordar otros ámbitos en los que destacó a lo largo de su vida. Gran especialista en pintura, y profundo conocedor de la música y el flamenco, escribió sobre estos temas con conocimiento y sensibilidad:
El desnudo en el arte y otros ensayos (1987),
Esa angustia llamada Andalucía (1987),
Y de pronto, Picasso (1988). Rosales falleció el 24 de octubre de 1992 en la Clínica Puerta de Hierro de Madrid. Sus restos descansan en el cementerio de Cercedilla, el pueblecito de la sierra madrileña en el que acostumbraba a pasar los veranos y donde escribió algunas de sus mejores poesías.
Carmen Díaz de Alda Heikkilä
PREMIOS Y DISTINCIONES
Luis Rosales recibió numerosos premios y distinciones. Entre otros el Premio Nacional de Poesía (1949), el Nacional de Literatura (1952), Premio Bonsoms (1960), Mariano de Cavia (1961), Premio de la Crítica (1970), Nacional Miguel de Unamuno (1972), Nacional de Ensayo (1973), José Lacalle (1975), Internacional de Poesía "Ciudad de Melilla" (1981), Cátedra de Poesía “Fray Luis de León”-Ciudad de Salamanca (1982), Prometeo de Plata (1982), Medalla de Honor de la Fundación Rodríguez Acosta (1986), Hijo Predilecto de Andalucía (1989), etc. En 1962 fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua Española y de la Hispanic Society of America. En 1982 su trayectoria literaria fue reconocida con la concesión del Premio Cervantes.