A pesar de ser un mal generalizado de la literatura en español, hay pocos casos como el de José Miguel Ibáñez Langlois (Santiago de Chile, 1936) en que exista tanta desproporción entre el conocimiento de un escritor en su país y en el resto de la comunidad de hispanohablantes. Tres de sus cuatro primeros libros fueron publicados en España, pero apenas sí tuvieron repercusión. Más injusta aún fue la suerte de El libro de la Pasión (1987), uno de sus poemarios mayores, que también se publicó aquí, pero que al incluirse en la colección de espiritualidad «Patmos», de la editorial Rialp, no llamó la atención de los aficionados a la poesía. Tal vez para escapar de los compartimentos estancos de nuestra cultura, tendría que haberse editado simultáneamente en una colección poética. Como excepción, Miguel d’Ors reivindicaría a nuestro poeta en el impagable epílogo de Punto y aparte (La Veleta, Comares, Granada, 1992), reconociendo que «el antecedente más inmediato [de la serie “Lecciones de Historia” de Es cielo y es azul] fueron los libros Poemas dogmáticos y Futurologías del chileno José Miguel Ibáñez Langlois». Siguiendo esa pista, ya en el 2002, José López de Artieta le dedicó un suplemento especial en la revista sevillana Nadie parecía.
Por otra parte, en Chile, aunque muy renombrado, lo es, sobre todo, en su faceta de crítico y ensayista. En 1964, también en España, publicó su tesis doctoral, con el título "La creación poética", y, desde entonces, ha compaginado las labores de sacerdote (pertenece a la Prelatura del Opus Dei) con las funciones de crítico, ejercidas desde 1966 en el influyente diario El Mercurio, bajo el seudónimo de Ignacio Valente. Esta actividad ha sido estudiada en profundidad por Ana Hernández Galilea en "Ibáñez Langlois como Valente: 27 años de crítica literaria periodística en Chile" (Tesis doctoral, Universidad de Navarra, Pamplona, 1996).
Su labor crítica goza de gran respeto, incluso entre aquellos que por unas razones u otras, fundamentalmente extraliterarias, se han enfrentado a él. Roberto Bolaño, tras escribir una novela que parodia a nuestro autor, reconoció que es uno de los intelectuales chilenos de los últimos veinticinco años más interesantes como persona y como escritor, añadiendo que va a quedar, porque su prosa ensayística es de primera calidad.
Este respeto general no es un regalo: está ganado a pulso a base de una crítica muy perspicaz, firmemente asentada en una sólida formación teórica, que nunca se ha dejado arrastrar por los prejuicios ideológicos. El autor ha expuesto a menudo sus referentes: Formado en la “escuela” crítica de Valéry, Eliot y Benn, en el método fenomenológico y, más atrás, en la filosofía de Aristóteles y Tomás de Aquino, soy poco sospechoso de efusiones subjetivas e impresionistas en materia literaria. De sus reseñas en El Mercurio surgen varios libros, firmados ya con su nombre, entre los que aconsejamos Rilke, Pound, Neruda (1978); Introducción a la literatura (1982) o Veinticinco años de crítica (1992).
Si sumamos el desconocimiento general en el ámbito hispánico con un particular solapamiento en Chile del crítico sobre el poeta, y del sacerdote sobre ambos, el resultado es que, a pesar de tantos años y de tantos poemarios, la poesía de José Miguel Ibáñez Langlois unirá a sus virtudes más esenciales, otra, circunstancial, pero que se aprecia mucho: la sorpresa.
Dicho esto, lo fácil sería centrarnos en su obra poética. Sin embargo, no podremos desatender las otras facetas de Ibáñez Langlois de las que venimos hablando. Y es que esta poesía encuentra su rasgo más característico, precisamente, en el empeño de unificar todas las dimensiones vitales de quien la escribe. En la reciente presentación de Sus mejores poemas, antología de Neruda escogida por nuestro autor, el presentador, José Miguel Varas, comenzó con este grácil aforismo: El antologador antologa lo que se le antoloja, que sería ahora estupendo para cubrirme bien las espaldas. No obstante, yo quiero asumir el riesgo de confesar mi intención de antologar lo esencial de su obra, aspirando a que, a través de mi selección, se atisbe su itinerario y su sentido.
Pierre Reverdy dejó dicho: La valeur d’une oeuvre est en raison du contacte poignant du poète avec sa destinée y nuestro poeta, a su vez, ha escrito que lo que da su fuerza a los momentos más altos de una poesía es el contacto íntimo con su propio destino. Yo estoy de acuerdo con ambos. El destino de Ibáñez Langlois aparece en un haz de distintas vocaciones y oficios: sacerdote, poeta, investigador, profesor y crítico; y su poesía es el intento, problemático, conflictivo a veces, de hacer un todo de esas múltiples vocaciones. Si la aventura que eso lleva aparejada nos interpela y emociona, es porque presentimos que no existen destinos prefabricados a los que uno se amolda como a un lecho de Procusto. El oficio del hombre es escuchar sus llamadas auténticas, y hacer de su vida una respuesta personal e intransferible.
Enrique García Máiquez. Tomado del prólogo de Oficio (Antología poética). José Miguel Ibáñez Langlois. Númenor, Sevilla, 2006.
Este libro ha sido editado gracias al patrocinio de la Fundación de Cultura Andaluza. Puedes solicitar el libro a través de su web.