Ocultos en la luz
Blanca Andreu, Los archivos griegos, Fundación José Manuel Lara, Vandalia, Sevilla, 96 pp., 2010
Un inesperado adelantamiento de la fecha de entrega de esta reseña y la suspensión veraniega del servicio de préstamos entre bibliotecas públicas de Andalucía me ha impedido repasar todos los poemarios de Blanca Andreu (La Coruña, 1959). Procuro leerlos siempre, antes de reseñar el último libro de un autor, para tomar carrerilla y coger perspectiva. Ésta será una magnífica oportunidad para hacer de la necesidad virtud, y centrarme sólo en
Los archivos griegos. Al crítico de poesía, obligado a explicar lo inexplicable, todos los burladeros le parecen pocos y tiende a las comparaciones entre estilos, entre generaciones, entre coetáneos y, por supuesto, entre las distintas etapas del poeta. Este último enfoque, aplicado a Blanca Andreu, daría mucho juego, sospecho.
Pero no venimos a jugar. Por otra parte,
Los archivos griegos se encargan de exponer desde el principio cuál es su poética. La cita inicial de Praxímanes no puede ser más clara:
—Centinela, ¿qué has visto en la noche?
—He visto llegar la mañana.Y el primer poema del libro termina:
—Salve, señor del Canto, tú que llegas semejante a la noche.
Sólo una cosa te pido:
Que sea alado mi poema
y no volátil.
Hasta se permite Andreu insistir
cum grano salis en su poética:
Como un pastor de Garcilaso / eres / mar / entre ovejas de espuma / y borreguillos / compones azules églogas / cantas / estrofas de agua / recitas islas / y declamas rocas (p. 85).
Lo asombroso es que la poeta cumple lo que se propone y escribe poemas alados, ni volátiles ni rocosamente declamatorios, misteriosos como la noche, sí, pero en los que se ve llegar la luz de la mañana. En "Rosa ateniense" [p. 19]:
Junto a aquellos cipreses
casi primos del Greco
se diría una herida hecha en el muro
unos labios besados muchas veces
una gota de mayo
unos labios
un beso
arrancado a la noche.
Ese afán tan griego, tan aristotélico, de buscar el justo medio se aprecia incluso en la misma dimensión de los poemas. Algunas veces cae un poco por el lado del exceso (pp. 47 y 48) y el texto enseguida se le embarulla; y más veces cae por el lado de la escasez, dando en poemas de una línea, rayanos en el aforismo ("Lupus in fabula":
Un perro es un lobo enamorado, p. 109) o en la ocurrencia ("Marinero":
La tierra de mi alma es el mar, p. 97).
Pero excesos y breverías sirven de muestras para que la naturalidad de los mejores poemas de
Los archivos griegos no nos haga olvidar su milagroso equilibrio en todos los campos. Andreu no renuncia al misterio, aunque se trata de un misterio luminoso, como explícitamente se canta en "Angelomorfos" (p. 33):
Con un corazón puro
más viejo que mi señor Apolo
son siervos distinguidos
ocultos en la luz
son distinguidos
cantan día y noche
con un corazón puro
más viejo
que mi señor Apolo
y más hermoso.
El poemario consigue su unidad por la atención a las cosas naturales, a los cipreses, las rosas y las golondrinas, y por la emoción autobiográfica, que le permite pasar de lo griego a lo gallego sin estridencias. La sección "Pazo de las golondrinas", dedicada a su infancia gallega, no disuena en absoluto en
Los archivos griegos. El biografismo tiene mala prensa entre la última crítica, pero los poemas más intensos arrancan con obstinada frecuencia de la verdad de la vida, que les da una vibración más intensa. ¿Cómo leer "A un ciprés de la Acrópolis", p. 25, sin un estremecimiento?
Verás, ciprés, hermano
de los lirios
me recuerdas a un hombre
que amé y murió
y que era como tú alto y oscuro.
Delgado como música de cuerda
también su alma era ática
ascendía en la noche
por la secreta escala
de sí mismo
buscándose
buscando el alto cielo
como tú.
La voz de Blanca Andreu adquiere una tonalidad tan hondamente personal que puede evocar, sin merma de ella, ecos de otros poetas. No porque los imite, sino porque a cierta altura la poesía es patrimonio de todos. Así, por ejemplo, encontramos timbres femeninos, como de Amalia Bautista ([…]
Parece un libro lleno de pastores/ una égloga abierta por la página tres / allí donde se dice Elisa, vida mía / —quién me dijera Elisa, vida mía— / una furtiva página de un poema / como una golondrina / o un velero, p. 71) o de Rocío Arana ([…]
aquel hombre que no perdió su infancia / aquel hombre que aún sabe escuchar las alondras / y conversar con perros / interesantes, p. 73); o apuntes del natural, sobrios y fantásticos, a lo Jiménez Lozano, como "Espectáculo", p. 69, o "Huéspedes sin invitación", p. 75:
Con diplomacia
como para una cena de embajada
camufladas de condes o notarios
de viudas ricas o de camareros
se cuelan en el pazo
las golondrinas.
Y con el barro
de la tierra
y su saber
de arquitectos celestes
construyen sus moradas en los techos
de las cuadras y el viejo portalón.
Luego salen,
con el deber cumplido
a dibujar palíndromos
que en chino dicen
ven
amor mío
atrapamesipuedes.
Sin las redes de las comparaciones, resulta muy difícil atrapar a una poesía si, como es el caso, levanta el vuelo. Hemos citado generosamente sus versos, para que disfrutemos al menos, viéndolos revolotear. Más no se puede pedir.
Enrique García-Máiquez